Tanguero


Caseros y Rivera Indarte. Viernes. La tarde empieza perezosamente a cederle lugar a la noche. La peatonal es un hormiguero de jóvenes universitarios, de turistas de fin de semana y empleados que finalizaron su jornada. 
En la esquina, pantalón negro, camisa blanca, chaleco gris, zapatos con brillo y un funyi gastado, el cantor de tangos. Con su guitarra y su voz melodiosa, va entregando su arte haciéndole honor a la canción urbana. Canta bien. Yo lo sigo, cantando también, en voz baja mientras miramos vidrieras; me sé casi todos las letras. La gente pasa a su lado indiferente. Solo alguno se detiene un rato para seguir enseguida su camino. Termina de cantar y se auto-fabrica una ovación de un público virtual que enseguida le grita ¡Ídolo!¡Ídolo!. Gracias – contesta (se contesta). ¡No te mueras nunca! -vuelve a la carga su público. Eso intento pero con la plata que me dan ustedes es difícil. Hace un silencio y como reflexionando en voz alta agrega: No es sencillo ser un tanguero en el tercer milenio. 
Nos sentamos en un bar unos metros más allá. Mientras conversamos, nos llega la voz del cantor que despliega todo su repertorio. Yo no podía resistirme a cantarlos también. Terminamos nuestra cerveza y decidimos volver a retribuirle el fondo musical que nos había acompañado. Cantaba con pasión frente a un solitario oyente. Me acerqué y le dije “bravo maestro, aquí va mi aporte, pero quiero cantar con usted” Me echó una mirada cómplice. ¿le gusta Gardel? ¡vamos con el Zorzal! Y cantamos a dúo "Por una cabeza" , mientras las hormigas de la peatonal, pasaban y pasaban indiferentes.  

A.H.

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