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Mostrando las entradas de 2013

Se que estás

(revisando archivos viejos, encontré este poema que escribí hace una década y me gustó) Dedicado a M.R.D. Me levanto a la mañana Sacudiendo el tedio de empezar el día Y arremeto con bronca el agua fría Solo porque sé que estás. Subo a la licuadora de gente Que me lleva al yugo diario Y me banco ser esclavo del horario Solo porque sé que estás. Paso mi tarjeta por la ranura Del reloj botón y carcelero Y laboro de enero a enero Solo porque sé que estás Enfrento los odiosos expedientes Que foja a foja machacan mis neuronas Pase a pase con la computadora Solo porque sé que estás. Y en el medio del pozo rutinario Cuando todo es gris y plomizo Tomo conciencia de que estás. Ocurre la magia, el hechizo... Me sonríen los papeles, los clips y las biromes Quiero a todos...percibo que me quieren Levanto mi frente, me siento enorme Pierdo mi vista entre las nubes Que bañan las montañas a lo lejos. Siento que mi humanidad es alg

Un espíritu travieso

En casa se pierden las cosas. Desaparecen, se esfuman de los lugares donde deberían estar, de los sitios habituales. Y uno pierde minutos, horas y a veces días buscando. No duerme pensando donde podría haber dejado eso. Repasa cada movimiento desde el instante en que recuerda que estuvo en sus manos por última vez; o en sus pies, o en su cabeza o en sus hombros. Hace el recorrido lógico y mira en detalle, escarba, mueve y remueve libros, adornos, papeles y repite “aquí debería estar”, “aquí lo dejé”, “en este lugar lo vi por ultima vez” y cada vez se pone más y más nervioso ; levanta la voz, gesticula, putea, blasfema, patea zócalos y no entiende como puede ser. Se sienta, cavila, enumera las acciones realizadas con los dedos de la mano izquierda y se dispone a repetir cada paso. Así hasta que se cansa, entonces busca en lugares imposibles como el baño, la heladera, el patio o abajo de los muebles como para no dejar sin cubrir alguna posibilidad de haber realizado una maniobra o un r

Y yo aca, vivo.

Hoy me levanto tarde. El sol está encaramado en lo alto poniendo en fuga al frío mañanero de este agónico invierno cordobés. Salgo de la casa a hacer unas compras mirando hacia todos lados mientras pienso hacia donde encaminar mis pasos. Arranco para mi derecha después de organizar mentalmente el itinerario. Lleno mis pulmones con una intensa y prolongada inspiración mientras mis ojos se hipnotizan con el cielo totalmente celeste. Lapachos, sauces y siempre verdes que dominan una de las veredas me abanican suavemente. Una sensación de bienestar me invade y por primera vez en ese día - iniciando un ritual casi diario - pienso con satisfacción "estoy vivo". Y lo repito en voz alta ¡estoy vivo! Esa conciencia de estar vivo; de tener la suerte de estar vivo; de haber sobrevivido hasta hoy a muchos amigos, compañeros o desconocidos notorios, que se fueron antes de tiempo porque entregaron la vida por una causa, por una enfermedad o un accidente inesperado, hace que ponga atenci

El taller de Turi

De las tantas ocupaciones y experiencias que tuve en mi vida juvenil, la que nunca se me pasó por la cabeza es la de ser actor. ¡Corten! Va de nuevo. Todos a sus puestos. Decía con voz potente el director de la película. Fue cuando el que oficiaba de mozo procedió a retirar los chorizos de los platos y yo que representaba a uno de los invitados a ese casamiento de campo, me quedé con las ganas de embuchármelo. “Netri, el mártir de Alcorta”, fue mi primera y última película; aparecí unos segundos, pero me sirvió para amenizar varias reuniones con la historia del rodaje que cada vez que la contaba venía corregida y aumentada. Fue un proyecto llevado a cabo a pulmón por “Cinematografía Agraria”, una cooperativa de vecinos de Argüello, que confiaban ciegamente en el emprendedor Juan Ginés Muñoz Digiorgi, director, productor, guionista y tutti cuanti de la película. Sus hijos eran los actores principales junto a algunos más de la comedia cordobesa; vecinos, amigos y parientes oficiaban

En una fábrica de la Ruta 9

Si a la vida. Sí al amor. Sí a la generosidad. Pero el hombre es también un no. No a la indignidad del hombre. A la explotación del hombre. Al asesinato de lo que hay más humano en el hombre: la libertad. Frantz Fanon Era un día soleado en Córdoba. Estábamos comiendo nuestro almuerzo sentados en el suelo, con la espalda sobre la pared de la fábrica. A mi lado el Foca, más allá la Vaca y en línea, la mayoría de los compañeros del movimiento huelguístico emprendido contra el concesionario del comedor reclamando mejor comida y precios. Estábamos en el invierno de 1978, la dictadura se desplegaba en su nefasto esplendor. Sacábamos por entonces un periódico llamado Alternativa Socialista del que solo vieron la calle dos o tres números. Cuando allanaron el lugar que oficiaba de imprenta no salió más. Yo metía los diarios en la fábrica y los dejaba en el baño, sala proletaria de lectura por excelencia. Cada tanto algún supervisor "ortiva" golpeaba la puerta porque de

Tanguero

Caseros y Rivera Indarte. Viernes. La tarde empieza perezosamente a cederle lugar a la noche. La peatonal es un hormiguero de jóvenes universitarios, de turistas de fin de semana y empleados que finalizaron su jornada.  En la esquina, pantalón negro, camisa blanca, chaleco gris, zapatos con brillo y un funyi gastado, el cantor de tangos. Con su guitarra y su voz melodiosa, va entregando su arte haciéndole honor a la canción urbana. Canta bien. Yo lo sigo, cantando también, en voz baja mientras miramos vidrieras; me sé casi todos las letras. La gente pasa a su lado indiferente. Solo alguno se detiene un rato para seguir enseguida su camino. Termina de cantar y se auto-fabrica una ovación de un público virtual que enseguida le grita ¡Ídolo!¡Ídolo!. Gracias – contesta (se contesta). ¡No te mueras nunca! -vuelve a la carga su público. Eso intento pero con la plata que me dan ustedes es difícil. Hace un silencio y como reflexionando en voz alta agrega: No es sencillo ser un tanguero en e

Historias de aquélla piecita de Alberdi IV

Proletarización Después de muchos años volvi a juntarme con Florencio. En una calurosa noche de enero, picada y cerveza bien helada de por medio, fuimos recordando anécdotas, nombres queridos que todavía duelen y otros que afortunadamente todavía están para sumar en la alegría del reencuentro. El tema central, la Agrupación “28 de junio” de Materfer. El Huguito Rojas, electricista, obrero de mantenimiento de la fábrica, contaba su enésimo cuento cordobés, con todo su histrionismo y su gracia haciéndonos desternillar de risa a la veintena de participantes del asado que nos había reunido en la casa de Barrio Ituzaingó que Florencio Ramos Díaz Barilari – sí señor, doble e ilustre apellido - había hecho sede habitual de los eventos de la agrupación. Yo era un colado, pero por ser militante político del frente gremial de la orga, ya estaba asimilado, a fuerza de estar siempre presente colaborando, como uno más de sus activistas. “La 28”, había surgido casi espontáneamente com

La noche de Le Corbusier

En esos breves años de democracia, la facultad de arquitectura de la Universidad de Córdoba tenía un anexo sobre la Av. General Paz que llevaba el nombre del célebre arquitecto franco-suizo Le Corbusier. Allí funcionaba una sencilla imprenta que contaba entre otras máquinas con un mimeógrafo electrónico, todo un lujo para aquellos años. El lugar, al igual que el resto de la facultad era democráticamente usado por estudiantes y docentes en el marco de la fascinante y asamblearia experiencia del Taller Total (1). Allí nos instalamos, ya cayendo la noche, con Alejandra, compañera de la orga, un par de años menor que yo, estudiante de filosofía y fervorosa y reconocida militante, que por entonces llevaba adelante, con más sombras que luces, una pareja con otro de los nuestros con quien convivía. Nuestra tarea era imprimir un volante que debía estar listo para ser repartido a la mañana siguiente, así que apenas instalados en el lugar nos pusimos a trabajar febrilmente. No recuerdo si

La pintada

Septiembre de 1974 fue un mes de terror en Argentina. La Alianza Anticomunista Argentina que desde hacía un tiempo venía intensificando sus acciones en contra de los militantes populares, ese mes terminó con la vida del Cuqui Curutchet, julio Troxler y Silvio Frondizi. La noche de Córdoba era prisionera de los falcon verdes que patrullaban por las calles semidesiertas con su despreciable y tenebrosa carga. Decidimos condenar esas muertes ocurridas en poco más de dos semanas y elegimos la pared del correo que da sobre la Av. General Paz para hacer una gran pintada. Por mis dotes para el dibujo y mi buena letra, me tocó junto al Negro, estudiante de arquitectura y por ende también buen letrista, empuñar los aerosoles. Tomamos todas las precauciones porque era una acción peligrosa. Llegamos por separado al lugar, todos enfundados en gruesas camperas para cubrirnos del frío de esa noche de un invierno que todavía no se iba. El Tato se apostó en la esquina mirando en dirección contraria al

Gracias a la vida (Un día lluvioso)

L a estridente campanilla del despertador inundó la habitación. Las agujas indicaban las cinco y treinta de la mañana. Daniel sacó displicentemente un brazo de abajo de la manta y después de varios manotazos consiguió silenciar el diabólico aparato. Miró para todos lados con la manta hasta la altura de la nariz, como quien no sabe adonde está y se concentró en la ventana por donde se colaba una tenue luminosidad. Se percató de que llovía; escuchaba el agua que golpeaba contra la persiana. Instantáneamente se sumergió bajo las sábanas, acurrucándose. Lo invadió la idea de no ir a trabajar; no quería mojarse y además era una de esas oportunidades que brindaban la excusa justa para zafar del yugo diario y disfrutar del ocio transgresor que es el que más satisfacciones brinda. Daniel trabajaba en una oficina pública a diez cuadras de su domicilio. Las hacía a pie todos los días junto a Eva, su esposa, que lo acompañaba hasta dos cuadras antes. Allí se separaban y ella se dirigía a su traba