Historias de aquélla piecita de Alberdi IV


Proletarización


Después de muchos años volvi a juntarme con Florencio. En una calurosa noche de enero, picada y cerveza bien helada de por medio, fuimos recordando anécdotas, nombres queridos que todavía duelen y otros que afortunadamente todavía están para sumar en la alegría del reencuentro. El tema central, la Agrupación “28 de junio” de Materfer.
El Huguito Rojas, electricista, obrero de mantenimiento de la fábrica, contaba su enésimo cuento cordobés, con todo su histrionismo y su gracia haciéndonos desternillar de risa a la veintena de participantes del asado que nos había reunido en la casa de Barrio Ituzaingó que Florencio Ramos Díaz Barilari – sí señor, doble e ilustre apellido - había hecho sede habitual de los eventos de la agrupación. Yo era un colado, pero por ser militante político del frente gremial de la orga, ya estaba asimilado, a fuerza de estar siempre presente colaborando, como uno más de sus activistas.
“La 28”, había surgido casi espontáneamente como producto de la efervescencia clasista de esos años en Córdoba, con el sedimento de lo que habían dejado Sitrac y Sitram, para enfrentar a la burocracia pro-patronal de la UOM. El Negro López (Luis Alberto) que laburaba en la carpintería de la fábrica ferrocarrilera, se fue constituyendo casi sin quererlo en su principal referente. Era un tipazo, humilde, familiero, honesto hasta la médula, de amistades fieles y firme a la hora de defender la causa de los trabajadores. Tal vez si hubiera sido un hijo de puta y hubiera pensado como los hijos de puta que lo secuestraron, se habría salvado. Pero no; no nos dio pelota cuando le decíamos, sentados en el patio del Sindicato de Perkins donde funcionaba la Mesa de Gremios en Lucha (1), que no se quedara en su casa, que se fuera a otro lado por un tiempo. Dijeron por ahí que al negro lo tiraron en el San Roque en uno de esos vuelos de la muerte. ¡Que enfermos estos asesinos! No faltaba nunca a las reuniones de la Mesa que por esos días era refugio y espacio de resistencia. En la terracita del local sindical por las noches nos encontrábamos con Di Toffino y Felipe Alberti de Luz y Fuerza en la clandestinidad; el cabezón Suffi, ferroviario; Flores del caucho, el negrito Villa -alias Víbora- Secretario General del gremio anfitrión; el Gallego Requena y la Sole García de los docentes; Machadito de GMD, el gordo Cuesta de prensa, Juan Malvar de Gráficos, el tuerto Tapia de la UTA. También iban Campbell del gremio de los viajantes y el petiso Sánchez de SMATA intervenido por una banda de delincuentes y muchos otros activistas sindicales y políticos. Recuerdo al “chico de Ford”, un porteño activista de la Ford de General Pacheco, con el que nos escapamos una tarde del sindicato cuando nos informaron que se venían para allanarlo. Después me enteré que lo secuestraron. ¡Tantos compañeros valiosos!
Pero yo quiero hablar con vos de la agrupación de Materfer, volvamos al tema – le dije a mi amigo mientras ensartaba con un palillo varios pedazos de fiambre y queso.
Me acuerdo de esas reuniones en tu casa, en ese comedor grande que tenía, si que era grande; donde se discutían las cuestiones gremiales y la política, pero también había espacio para los chistes, las bromas y el disfrute de un buen asado y un vino.
Cuando se decidió que debía proletarizarme, estuve esperando la oportunidad hasta que finalmente llamaron para entrar a Materfer. En esa época te auscultaban hasta los pensamientos para darte laburo en una fábrica grande. Por esa cuestión tuve que tomar mis precauciones para no quedar descartado por los antecedentes. Te inscribías como postulante y tenias que esperar que te caigan por tu casa y la de los vecinos para recabar información sobre tu vida, tus movimientos y la opinión que tenían de vos.
Por entonces vivía en aquella piecita del conventillo de la calle Neuquén en Alberdi. Vivía con el Pato o con el Viejo, ya se me mezclan los tiempos. Lo cierto es que diseñamos un plan: yo me iba a buscar otra pensión para hacer una vida “normal” que hasta allí no tenía. Buscando, encontré una ideal en el Pasaje Las Heras. Me tocó como compañero de pieza un muchacho muy amanerado que hoy, seguramente, ya habría decidido exteriorizar su condición sexual sin problemas, pero que en aquellos tiempos la disimulaba como podía. Conmigo Gabi, que así se hacía llamar, se portó muy respetuosamente y al cabo de un mes me mudé a una pieza que se desocupó. Ya no tuve que compartir mi estadía con nadie. Apenas llegué, manifesté que trabajaba en una carpintería, por lo que todos los días salía a las seis de la mañana y regresaba a las veinte horas mas o menos y me quedaba leyendo o haciendo vida social con los inquilinos de la pensión. Siempre que salía por otra razón, decía, a quien quisiera oír, que iba al cine o a visitar a algún pariente o amigo. Es así que todos los días me iba de la pensión por la mañana y recalaba en la piecita del conventillo de Alberdi a tomar mate con los cumpas, que ya vivían juntos allí, o a seguir durmiendo un poco más. Después de bromear y ponernos al día con todos los asuntos cada uno se iba a hace sus cosas. Yo no podía andar mostrándome mucho, así que procuraba quedarme todo el tiempo posible sin salir. Fueron días de mucha lectura, reflexiones y dosis extra de sexo con mi pareja.
Un día que volví a la pensión, me atajó mi amigo gay y muy alterado me dijo que habían llegado un par de personas preguntando por mi y que tal era yo, y que hacía y a que hora me iba, a qué hora volvía y si tenía amigos o me visitaba alguna gente. Yo le conté todo - me dijo mi antiguo compañero de cuarto - y lo buena persona que sos y todo lo que hacés. Muchas gracias -le dije - son de la fábrica, espero que se hayan ido satisfechos así me dan la oportunidad de rendir.
Y llegó el día. Me llamaron para que me presentara en la planta con certificado de trabajo anterior para tomarme un examen. Fui a verlo a Don Moya, mi antiguo patrón de la capintería a la que me había llevado el viejo del Caballo Argañaraz y con quien había hablado del tema antes que nada. Flor de tipo Moya, sabía en qué andábamos y nos bancaba, aunque él no se metía en nada, solo sabía laburar. A mi me había aceptado con un nombre falso sin preguntarme nada. En ese taller el viejo Argañaraz, ex dirigente del Sitrac, había construído una hermosa mesa de comedor que le encargáramos, con un doble fondo para contener los tipos y demás material de una imprenta, que luego usamos para imprimir nuestras publicaciones y propaganda. ¡Qué viejo lindo y jugado!. Una tarde había ido a verlo al Caballo a llevarle nuestro periódico y mientras lo discutíamos el viejo nos cebaba unos mates con yuyos exageradamente dulces, que solo tomaba por compromiso militante, para no despreciarlo. En un instante y seguramente al comprobar que no había moros en la costa, salió de su escondite el petiso Gregorio Flores que estaba siendo buscado por las tres A y se había guardado en esos días en esa casa. Pero me estoy yendo por las ramas. Con el certificado de trabajo concurrí por la mañana del día señalado a rendir mi examen para la carpintería de Materfer. Me impresionó la fábrica. Nunca había estado adentro de una tan grande. Mi visión siempre era de afuera, cuando volanteábamos a la entrada o salida de los obreros. Máquinas enormes. Prensas, balancines, grandes bancos de trabajo, mulitas yendo y viniendo con material, guinches que corrían por las vigas del techo. Movimiento febril, ruidos secos de mazazos, perforadoras, amoladoras y soldadoras eléctricas. Gente por todos lados, yendo y viniendo, ordenes, y cuchicheos.
Un operario, que debía ser un supervisor – se diferenciaba de los demás por su guardapolvo gris – llevó a todos los postulantes hasta un banco de trabajo donde nos proveyeron de una madera cuadrada enchapada en fórmica, varios perfiles en ángulo de aluminio, tornillos y herramientas; una perforadora eléctrica una sierra de mano y un destornillador phillips. La tarea consistía en cortar los perfiles a 45 grados, hacerles el fresado para las cabezas de los tornillos y colocarlos con exactitud en los bordes de la madera. Allí empezó mi odisea. La cosa parecía fácil, pero no. Nunca pensé que podría ser tan torpe, aunque ya había mostrado la hilacha cuando trabajé en la carpintería donde por poco no electrocuté a un compañero por una simple conexión eléctrica pésimamente hecha . A pesar de mi facilidad para los trabajos manuales, me faltaba absolutamente la pericia y el sentido práctico de aquél que está acostumbrado a ganarse el pan con sus manos. Los saberes de los obreros que no se aprenden en la universidad. El aluminio parecía de manteca y siempre, aunque marcara exactamente los 45º, la sierra me comía algo de más o de menos, o se me iba sin control para la izquierda o la derecha. No había forma de que pudiera cortar un perfil con exactitud para colocarlo. En un rato se había amontonado abundante material desperdiciado en mi puesto de trabajo. Fue cuando los compañeros de la 28 que querían que yo entrara a la fábrica para sumarme a sus huestes, me empezaron a ayudar. El negro López enviaba a algún compañero con perfiles cortados a máquina para ayudarme, con el ángulo exacto, solo tenia que ocuparme de cortarlo a la medida. Así desfilaron el Gringo de la FAL, ¿cómo se llamaba Florencio? - El Lalo Romero. Si, el Lalo. Se me amontonan los recuerdos. Lo encontré cuando ya todos estábamos prófugos de los milicos, en un colectivo de linea, sentado junto al cabezón Suffi. Todavía veo esos ojos que me decían con desesperación que no los saludara, así que les hice caso y seguí para el fondo. Al tiempo supe que los habían asesinado en un enfrentamiento fraguado. Además del Gringo, se llegaban para darme una mano otros cumpas. El Panza Oviedo se dio varias vueltas por ahí y me alentaba. También pasaron Aldo Luján y Juan Sánchez. Otro fue Rubén Rognone, que en ese tiempo militaba en el PST. Rubén se salvó porque estaba haciendo una inspección por la provincia de Buenos Aires justo cuando se vino el golpe y no volvió. En los primeros años de la democracia lo encontré en Buenos Aires en una reunión del PI; estaba en Santiago del Estero. Fueron tiempos de reencuentros y emociones esos primeros días de democracia. Volviendo a mi prueba, a vos no te vi, ni una mano me diste. Si era al pedo Tilo, ni aunque te diéramos todo hecho ibas a entrar – me decía Florencio riéndose con ganas. Todos me ayudaban pero no había caso. No podía con el aluminio manteca. Y el fresado....¡mamita mía! Había que hacerle un toque nomás pero siempre se me pasaba la broca para el otro lado. Si, vos te reís, pero yo sudaba como un loco y cada vez me ponía más nervioso. Con toda la ayuda que me habían dado no podía fallarles a los compañeros. Eso me martillaba en la cabeza. Al final armé el condenado cuadrado de madera con los perfiles de aluminio, casi obligado porque se nos agotaba el tiempo. Me di cuenta que había quedado como el culo, cosa que me confirmó la cara del supervisor cuando retiró el trabajo.
Me despedí de los cumpas, agradeciéndoles todo lo que habían hecho y pidiéndoles disculpas por mi torpeza y me fui con una sensación de fracaso aunque con una mínima esperanza de que me llamarían por algún designio histórico. Se vio al poco tiempo que la historia no estaba de mi lado; o tal vez sí, ahora que lo pienso bien.
Al final no entraste y te salvaste de la cagada que nos pegaron los milicos - apuntó Florencio apurando el último trago de cerveza - nos salvamos pocos. Cierto, pero hubiera querido estar luchando con ustedes. Volví amargado a la pensión, me despedí de Gabi, que me pidió que volviera a visitarlo, cancelé el alquiler y volví a la piecita de Alberdi, ya extinguida la necesidad de seguir con la doble vida. Te juro que estuve echado en la cama mirando las chapas del techo, como dos horas sin moverme maldiciéndome.
Ya las Tres Marías se estaban cayendo para el suroeste por detrás de los árboles, cuando nos levantamos de las reposeras. Aunque la noche estaba espléndida, e invitaba a seguir ahí mirando el cielo estrellado, al otro día había cosas que hacer temprano.
Nos dimos un abrazo con “el hijo del Dr. Ramos” , como le decían, bromeando, sus compañeros de fábrica, y nos despedimos con la promesa de hacer una juntada con los muchachos sobrevivientes de aquella corajeada. Alguien tiene que dejar testimonio de la 28 de junio y de sus integrantes. Es la hora de contar todo aquello.

(1) La Mesa de Gremios en Lucha se constituyó en 1975 como sucedáneo del Movimiento Sindical Combativo y al pasar a la clandestinidad la comisión directiva de Luz y Fuerza y los dirigentes del Smata, después de la intervención de los dos sindicatos. Fue la herramienta de lucha y resistencia contra las políticas de ajuste y la represión antiobrera del gobierno de Isabel Serón. Estaba integrada por Sindicatos, agrupaciones, comisiones internas y activistas sindicales y políticos. Se reunía en el Sindicato de Perkins y a veces en la sede de los gráficos o el caucho combativo (gremio alternativo al de la burocracia propatronal). Se constituyó en la dirigencia efectiva del movimiento obrero cordobés ante la claudicación de la CGT surgida del Navarrazo y la disolución de la CGT de los Argentinos, cuyos dirigentes fueron perseguidos y asesinados.

Gringotilo

Comentarios

pablo lopez dijo…
hola, soy pablo, uno de los hijos del negro lopez,tu relato es espectacular y muy emotivo,no lo llege a conocer a mi viejo,pero los q, lo hicieron lo describen de la misma forma q, vos,salameros crei al principio, hasta q, el año pasado llego a nuestras manos un video inedito sobre la toma de fiat, en la q, el periodista anuncia una entrevista con un empleado y el q, aparece es mi viejo,imposible contar con palabras la emocion q, tuve en ese momento,y ahi, escuchando su relato me di cuenta q, no exageraban sobre mi viejo,y ahora leo tu relato y me lo confirma,aparte el hijo del dr. ramos sigue siendo muy querido para los desendientes del negro lopez, un habrazo y gracias.
Alberto dijo…
Gracias Pablo por dejarme tu testimonio. Me hiciste caer un lagrimón por el recuerdo de ese compañerazo que fue tu viejo y de aquellas luchas en las que perdimos tantos cumpas valiosos. Me encantaria que un dia pudieramos tomar un cafe y poder darte un abrazo que seria como darselo a tu padre. Todo mi afecto

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