Y yo aca, vivo.

Hoy me levanto tarde. El sol está encaramado en lo alto poniendo en fuga al frío mañanero de este agónico invierno cordobés. Salgo de la casa a hacer unas compras mirando hacia todos lados mientras pienso hacia donde encaminar mis pasos. Arranco para mi derecha después de organizar mentalmente el itinerario. Lleno mis pulmones con una intensa y prolongada inspiración mientras mis ojos se hipnotizan con el cielo totalmente celeste. Lapachos, sauces y siempre verdes que dominan una de las veredas me abanican suavemente. Una sensación de bienestar me invade y por primera vez en ese día - iniciando un ritual casi diario - pienso con satisfacción "estoy vivo". Y lo repito en voz alta ¡estoy vivo!
Esa conciencia de estar vivo; de tener la suerte de estar vivo; de haber sobrevivido hasta hoy a muchos amigos, compañeros o desconocidos notorios, que se fueron antes de tiempo porque entregaron la vida por una causa, por una enfermedad o un accidente inesperado, hace que ponga atención en cada músculo de mi cuerpo y en cada detalle que me rodea. Miro, observo, escruto ese árbol, esa pared, las rugosidades del asfalto, esa mariposa, ese auto que pasa, saludo al diariero, al verdulero y a otro vecino. Vuelvo a mirar al cielo y tomo conciencia de que puedo hacerlo, de que veo, percibo, siento; y pienso de nuevo "que bueno que estoy vivo".
También pienso "no sé si mañana lo estaré, tengo que aprehender mi entorno, no dejar que me pase como otros días en los que algún pensamiento me hace caminar como autómata sin tomar conciencia de que la vida bulle a nuestro alrededor". Entonces tomo conciencia de que estoy caminando. Que mis piernas siguen una adelante y otra atrás y después al revés y de que avanzo; de que ya hice varias cuadras. Miro las veredas desparejas, algunas tanto que me obligan a caminar por la calle; los negocios que van pasando (cuando vuelva aprovechare esa oferta). Paso frente a la escuela por la que pasé mil veces, en la que fui fiscal en varias elecciones, y me doy cuenta de que nunca me había detenido en sus detalles. Sus paredes cascadas pintadas con leyendas, con murales y grafitis. Uno de ellos dice: "PERDONAME PAPÁ. Para no ser menos/ empecé a drogarme/¡qué locura papá!/No tenés idea/como uno se siente/es algo terrible/te desgarra por dentro/tengo 19 me muero papá/tirado en mi cama/los medico vienen/bromeando me dicen/que voy a salir/al irse los veo/mover la cabeza y/entonces comprendo/que ha llegado el fin. DEJAME DECIRTE: TE QUIERO PAPÁ".  Me quedo un rato tieso, le saco fotos con mi celular mientras se me humedecen los ojos. Creo que es la letra de un cuarteto. ¿Qué habrá sido de ese chico o de los varios chicos a que se refiere la letra ?
Y yo acá vivo de toda vida.
Me pellizco hasta hacerme doler y me duele. También me duelen las rodillas y la cintura por el partido de fútbol de ayer. Son dolores que me gustan, me ponen contento. Pienso en ese chico que se desgarra por dentro y que no debe haber sentido lo mismo. Son dolores distintos. Pienso en los que mueren súbitamente de forma impensada: un choque, una cornisa que se cae, un infarto, un rayo, electrocutado por la heladera o una centella, un avión que se cae o un tsunami en plenas vacaciones en una isla del pacífico entre tantas formas. Hoy estás, mañana o en una hora o minutos, ya no. ¿Quien puede saberlo? Por eso quiero verlo todo, sentirlo todo, oler todo, oir todo. Hoy por lo menos.
Estoy vivo y lo celebro. 
Pude no haber estado hoy pensando todo esto. A los veinte por aquella enfermedad infecciosa; a los veintitrés cuando nos corrieron a balazos en el navarrazo; durante la dictadura cuando choqué con la moto o que pude haber seguido la suerte de tantos compañeros asesinados o desaparecidos; a los cuarenta y uno cuando volcamos con el auto; pero estoy vivo. No se por qué; suerte. Mi médica de cabecera me dijo que tengo una salud de hierro y mas probabilidades de morir de un accidente que por enfermedad. Mi viejo se murió así de golpe, de un día para el otro, bien sanito; pero vivió bastante, aunque no todo lo que el quería y menos nosotros. A mi me quedan cosas por hacer; en mi mente se atropellan los proyectos: publicar mi libro, reunirme con mis cinco hijos, hacer goles el próximo sábado, viajar, aprender italiano, retomar mis dibujos y pinturas, comprarme el motor home, aprender guitarra, tango y salsa; volver a Cuba, reunirme con mis amigos, mis primos, ganar el torneo anual de truco, ir a Mar del Plata en bici y un montón de cosas más. Pero si no paso de hoy está todo bien. No tengo deudas con la vida y lo demás será motivo de comentarios de los que queden: "pobre con todo lo que quería hacer". A mi poco me va a importar.
Veo pasar ese auto rojo, a bastante velocidad, y atrás uno gris y otro más de color indefinido. ¿Adonde irá esa gente tan apurada? Seguramente no están apreciando lo que hay alrededor. Llego a la ferretería hacia donde salí a comprar unos tornillos. Hay varias personas. Uno parece albañil, con ropa de trabajo y manchas de cal. Me fijo en sus manos callosas y rudas. Espera paciente y gasta unas bromas con el ferretero. Un petiso con gorra y cara colorada esta siendo atendido por un dependiente al que le da precisiones sobre una cupla plástica. Una mujer muy gorda tiene la mirada perdida en los estantes donde están los coloridos tarros de pintura y de a ratos bambolea pesadamente sus nalgas. El flaco alto, muy alto, de nariz ganchuda recorre con sus dedos una pala de punta. Los observo detenidamente a todos. ¿Tendrán esta conciencia mía de estar vivos, de que este es un instante único e irrepetible? ¿que no hay rutina posible que nos haga vivir de nuevo lo vivido? (aunque lo parezca). Uno a uno los clientes se van marchando y me acuerdo de Sabina. Me atienden y también salgo. Otra vez el cielo, los árboles, los pájaros, las veredas rotas, los autos y yo que disfruto de todo porque me siento vivo.
Voy de regreso. Compro la oferta que vi cuando venía y sigo para mi casa pensando en hacerle el amor a mi mujer. Llego y la beso con ternura, le acaricio su rostro, siento la frescura de su piel, me concentro es sus ojos, en sus poros, en sus labios; dejo vagar los sentidos, los dejo en libertad, que se emborrachen. Solo pienso que es bueno estar vivo. Así llega la noche. Me acuesto con una sonrisa. Sereno. Dormir es como morir por un rato y tal vez por la mañana pueda volver a vivir como hoy. No se; tal vez no. Pero que importa. Todavía estoy vivo, pienso, hasta que el sueño me borra todo vestigio de conciencia.

A. Hernández

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Para romper el hielo....

El color de Roma

Filosofía barata en la plaza San Martín