Un espíritu travieso

En casa se pierden las cosas. Desaparecen, se esfuman de los lugares donde deberían estar, de los sitios habituales. Y uno pierde minutos, horas y a veces días buscando. No duerme pensando donde podría haber dejado eso. Repasa cada movimiento desde el instante en que recuerda que estuvo en sus manos por última vez; o en sus pies, o en su cabeza o en sus hombros. Hace el recorrido lógico y mira en detalle, escarba, mueve y remueve libros, adornos, papeles y repite “aquí debería estar”, “aquí lo dejé”, “en este lugar lo vi por ultima vez” y cada vez se pone más y más nervioso ; levanta la voz, gesticula, putea, blasfema, patea zócalos y no entiende como puede ser. Se sienta, cavila, enumera las acciones realizadas con los dedos de la mano izquierda y se dispone a repetir cada paso. Así hasta que se cansa, entonces busca en lugares imposibles como el baño, la heladera, el patio o abajo de los muebles como para no dejar sin cubrir alguna posibilidad de haber realizado una maniobra o un recorrido impensado. Finalmente se resigna, al menos por ese día y busca un objeto suplente o ya se pone a pensar como restituir el bien desaparecido. Lo notable es que un día, en algún momento, en el instante menos pensado aparecen como por arte de magia en el lugar donde debían haber estado, un poquito mas allá, o más acá o en algún sitio insólito. Todos lugares donde uno YA HABÍA BUSCADO.
De esa forma en casa se perdieron anteojos y llaves, (los más escurridizos), celulares (que ni llamándolos aparecen), ropa, zapatos, bolsos y cargadores. También libros, fotos y herramientas. Y volvieron a aparecer en un par de horas, varios días o semanas después; al mes siguiente o transcurridos varios meses. A veces en las mismas condiciones o dañados.
Uno es un tipo racional y no cree en espíritus o fenómenos sobrenaturales. Pero hay que reconocer que en estos casos, cuando el pensamiento lógico se agota, cuando ya no se encuentran explicaciones aceptables para semejante misterio, a uno lo asalta la idea – aunque la desecha rápidamente – de alguna travesura ejecutada desde el mas allá.
Y piensa en el viejo, cuyas cenizas están en el patio, en el fondo, debajo del limonero. ¿Será él? Era un tipo bromista. ¿No se pegará sus vueltas por la casa y aburrido juega esas bromas? O tal vez en algún momento este disgustado por alguna cosa que estamos haciendo e intenta tirarnos una señal. 
Uno es un tipo racional y no cree en esas cosas, pero se descubre frecuentemente pensando en esa posibilidad y disfrutando también de imaginar a su viejo deambulando por su casa, disfrutando de los asados y reuniones familiares, o diciéndole como haría tal o cual cosa. De echo que a veces el limonero no da frutos y otras como desde hace unos años viene cargado de limones. Ante eso uno no deja de pensar que es producto del humor del viejo.
Pasó con unos lentes que volvieron a aparecer en el bolsillo de una campera, como a los tres meses, después de haberlos buscado por todos los rincones. Pasó varias veces con las llaves que fueron recuperadas luego de haber hecho varias copias más por las dudas; hace un tiempo con una tarjeta de crédito.
Pero lo curioso fue lo que ocurrió con los lentes de mi cuñada.
Cuando ya se iban los últimos comensales de un domingo familiar (siempre muy concurrido), mi cuñada pregunta si alguien había visto sus lentes. Según ella quedaron arriba de la mesa. Los tablones con sus caballetes, que oficiaron de mesa, junto al mantel, ya no estaban, encontrándose cada cual en su lugar. Los que habían levantado todo, no habían visto nada. Empezó la búsqueda detectivesca por cada lugar por donde mi cuñada dice que había estado. ¿No habrás salido afuera a fumar? No, yo no me moví del quincho. ¿No habrá sido una travesura de los chicos (que todavía jugaban en el patio)? No, ellos no harían semejante cosa, saben que son recetados. Y seguía la búsqueda, ya en los lugares menos probables. ¿Estás segura que los trajiste? ¡Y claro, si estuve viendo las fotos y sin lentes no veo un pomo! - contestó bastante molesta mi cuñada.
Salimos afuera y buscamos en el patio de baldosas y tambien por el césped, centímetro a centímetro. Nada. Finalmente resignados abandonamos la pesquisa y concluímos en que ya iba a aparecer. Nos despedimos y se fueron todos.
Al día siguiente, uno que se levanta temprano, salió de nuevo al patio y ya con mayor luminosidad, porque el día estaba soleado, echó una nueva mirada al patio. ALLÍ HABÍA UN LENTE. Miró alrededor y no encontró nada más. Inmediatamente habló con su cuñada informándola del hallazgo y confirmando que podría ser de ella. El resto debería estar en las inmediaciones. Pero uno ya había mirado bien por todos lados, además ella juraba que al patio no había ido nunca. Fue cuando le volvieron las ideas de que algún espíritu travieso debía tener algo que ver y que estaba jugando con nosotros. 
Uno no cree en esas cosas, pero no había otra explicación. Ese pensamiento me hizo volver al patio y ahí, a dos palmos del primer hallazgo, DONDE HACÍA DIEZ MINUTOS NO HABÍA NADA, estaba el armazón un poco retorcido. Metro y medio más allá, donde TAMBIÉN BUSCAMOS, el otro lente. No podía creerlo. Mi mente barruntaba una y otra explicación lógica y no la había. Hablé nuevamente con mi cuñada y le conté lo que había pasado. Con voz que denotaba disgusto aceptó a regañadientes la explicación de lo misterioso que resultaba todo.
Luego, decidido, uno que no cree en cosas sobrenaturales pero que no podía dejar de pensar en ellas, se fue hasta el limonero y con voz suplicante pero admonitoria habló gesticulando: Viejo, viejito, dejate de hinchar las bolas, aunque sea un tiempo, nos vas a hacer pelear entre nosotros, nos aumenta el estrés, ya te divertiste bastante, dale eh?. Me pareció escuchar una risa amortiguada entre los arboles. Podría también haber sido el viento que movía las hojas o algún pájaro de los que abundan en ese patio.
Uno no cree en esas cosas, pero desde ese día no se volvió a perder nada. Esperemos que dure.

Alberto Hernández



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