Luna de sal

La luna de sal y espuma perfora el ébano de la noche;
una gaviota niquelada rompe la armonía
con su graznido disonante;
peñascos filosos y oscuros se atropellan para herir al mar,
y el mar...solo murmura y trae el eco lejano
de aquellas sirenas que enamoraron a Ulises.
Ahí estoy inmóvil, con el iodo en mi piel y mis pies en la arena,
y tú, muchacha desnuda, teñida de sol
de negros cabellos
dóciles a las caricias del viento marino,
alta, esbelta,
te deslizas sin prisa hacia mi,
hacia mi fiebre,
hacia mis sueños.
Mis párpados de plomo caen vencidos
pero te siento.
Tu aroma de jazmín, tu aliento y tu piel;
tus pechos que adquieren la forma de mis manos;
tu boca húmeda de humedades compartidas;
secretos de tu cuerpo que se revelan como tesoros hundidos
de galeones piratas;
tu agitación y la mía nos urgen;
y mi sexo y el tuyo se unen en una danza brutal,
desesperada, en un juego entre la vida y la muerte
que ronda expectante, que nos acaricia
y finalmente vencida por el amor se rinde y huye.
Mi cuerpo en la arena, mis ojos clausurados,
mis manos con la marca de tus pechos,
mis labios con tu gusto a fresa
y tú muchacha de la noche,
como una sombra
entrando en el territorio de tu reino,
con tu desnudez y tu morenidad,
con tu pelo al viento.
Te devoró el mar? Partiste en la gaviota de níquel?
Te llevó la brisa marina hasta esa luna de sal?
Donde sea que estés, te iré a buscar.


Alberto Hernández

29 de febrero de 2012

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