Diario de la accidentada epopeya de recorrer Sudamerica. De como se frustró y otras desventuras












CAPÍTULO III

De la breve y placentera estadía en Mendoza, las pícaras andanzas de un curita y de como nos tragó la montaña en medio de la tensa situación de guerra.-

¡Qué linda es Mendoza! Sus calles arboladas y limpias. Sus acequias cantarinas. Sus plátanos y alamedas. El aire liviano y aromático. Escuetamente decia en mi diario: " me gustaría quedarme por lo menos dos dias en Mendoza; me gustó mucho lo poco que vi. Me gustaría vivir aquí. El clima me haría muy bien (todavía me quedaban secuelas de mi pasado asmático).....pero es imposible" (otra vez el determinismo, el peso de las estructuras mentales, la convicción de tener una misión histórica, etc, etc,....¡casi no me reconozco en aquel muchacho treintañero!).

El curita era alto y buen mozo y la sotana negra - que llevaba siempre - le daba un aspecto mas espigado y elegante. Salió a recibirnos en la puerta de la parroquia y en seguida nos hizo sentir como en nuestra propia casa. Ya era entrada la noche y nuestros cuerpos rendidos pedían un lecho acogedor donde tirarse y calmar el sistema nervioso ya colapsado.Nos invitó con un rico barbera d' asti que servía directamente de una damajuana y nos sentamos en el patio de la parroquia bajo la estrellada y cálida noche mendocina. Fue como si hubieramos tocado el cielo con las manos después de tantas viscicitudes. Nos relajamos y fuimos a dormir como buenos angelitos, como no podia ser de otra manera estando en la casa de dios.

Al dia siguiente, después de dormir varias horas y de desayunar con mate amargo y unas tabletas mendocinas - servicio de la casa - empecé a escribir mi diario para dejar testimonio de todo lo vivido hasta ese momento.

Sentado bajo la sombra de un frondoso platano en el patio de la parroquia, y estando el sol bien alto, por lo que estimo que sería el mediodía, vi salir al cura, muy sonriente y dicharachero. Con gesto canchero y guiñándome un ojo me saludó: "ya vuelvo, voy a ver si dios nos provee de un buen almuerzo". También aprovechaba - como supimos después por algunas vecinas que nos cronicaron la vida del cura en voz baja - a visitar algunas fieles pecadoras para concertar su confesión y la correspondiente penitencia que aquéllas cumplian empeñosamente.Y efectivamente dios cumplió como lo contaba en mi diario: "Después de comer un flor de asado que "pagó" el cura (le regalaban todas las cosas) yo salí a dar una vueltita y me junté a eso de las 16:30 con Juan en el taller Avenida. De alli buscamos a la mujeres y los chicos y nos fuimos a hacer turismo. Anduvimos por el circuito serrano y el parque (Club Regatas). Vuelta por el centro y de regreso a eso de las 23. Comimos milanesas que pagamos nosotros y vino mendocino que mangueó el cura...El día fue bastante apacible y se calmaron los ánimos . La pasamos bien. Yo segui cumpliendo mi rol y lo hice bastante bien." (Mi rol de "animador" fue un oficio que aprendí trabajosamente como una forma de disimular timideces y debilidades que me dificultaban casi patológicamente mi vida de relación, en particular con las mujeres. Con el tiempo le perdí el miedo a las mujeres y cuando este viaje transcurría, si bien tenía muchas armaduras de las cuales desprenderme, ya enfrentaba la vida con bastante mayor soltura que en mi torturada adolescencia).

"Al día siguiente - jueves 25 - hicimos los trámites en la aduana, cargamos las cosas y salimos como a las once. Enseguida comenzamos a ver la precordillera y a disfrutar del paisaje de montaña. La máquina fotográfica empezó a funcionar bastante seguido, la mayor parte de las veces por inciativa mia (me gustó mucho el paisaje. Fue como si me lo quisiera llevar. Fue el único lugar (natural) hasta aquí que me despertó alguna emoción . No me impresionó, simplemente me gustó. Creo que me hubiera gustado más si hubiera podido trepar a esos cerros, ver el paisaje desde lo alto de la montaña, etc o sea sentirme yo el dueño de la naturaleza poniendo siempre en primer lugar al hombre. Por eso me gustan mas las ciudades." (¡Que tipo dificil que era! ¡cuantas armaduras todavia me faltaba sacar! el esquematismo ideológico todo lo condicionaba, la racionalidad censuraba el instinto, el placer, el deseo. La lógica se imponia a la belleza, el poder a la sensualidad. Y siempre el cliché para esconder las debilidades. El hemisferio izquierdo del cerebro anulando por completo al derecho. De verdad que hice una buena tarea conmigo mismo para parecerme a un ser humano).

"Como a las 12:30 ó 13 paramos cerca de Potrerillos, tomamos unos mates y seguimos hasta Las Cuevas. A las 15, llegamos a Puente del Inca. Allí se me empacó la Marta, porque yo amagaba tirarme al precipicio, entonces no me quiso sacar una foto (andabamos disgustados. Se enojó porque yo dije que me gustaba más la montaña que el mar y antes habia dicho todo lo contrario, entonces ahora le porfiaba. Me dijo que no le hablara hasta llegar a Córdoba)."
"Puente del Inca no me impresionó nada, simplemente me despertó curiosidad. El viejo hotel de los ingleses está hecho pelota y con un olor a mierda que espanta. El túnel que comunica el hotel con los baños termales está ocupado por los milicos. En toda la zona hay milicos." (De verdad que este personaje que era yo, da para escribir un manual de sicologia aplicada. Bucay haría un best seller).

En este viaje no solo conspiraron en contra de nuestros objetivos los problemas mecánicos, sino también la ineptitud de los tripulantes. Yo no sabía manejar y Juan lo hacia tenso como si estuviera en un autito chocador del parque; de mecánica no sabía mas que chupar la manguerita y echarle nafta al carburador. Era terco como una mula y si se le ponía que había que llegar a toda costa no le importaba si estaba cansado; no medía que se podía dormir o arremeter sin cuidado por cualquier tipo de camino sin pensar en la salud de nuestro raquítico auto. Piense el lector que íbamos por angostos caminos de cordillera y bordeados de precipicios profundos con dos chicos que ya no se aguantaban quietos y dos mujeres que decían: "frenáááá","guardaaaa", "miráááá". La verdad es que el paisaje era hermoso, y el río Las Cuevas, que bajaba tumultuoso, le ponía acción a las mil postales de la cordillera. Pero yo temía que en cualquier momento fuéramos a darnos un chapuzón - en el mejor de los casos - en sus cristalinas aguas y que allí se acabara el viaje. A pesar de todos mis temores llegamos a Las Cuevas, la ciudad fronteriza desde donde iniciabamos el paso a Chile.

"A Las Cuevas llegamos como a las cinco de la tarde, despues de pasar lo más lindo de la cordillera argentina y de fotografiar el Aconcagua ( Allí nos pegamos un sustazo porque casi se hace pelota el auto gracias a la pericia conductiva de Juan (despues voy a hacer un comentario sobre ello). Hicimos los trámites en la aduana y comimos. Inmediatamente salimos para el tunel."

No crea el lector, que ha viajado a Chile últimamente, que en esa época se cruzaba por el moderno túnel Cristo Rendentor. No, en ese año de 1979 todavía había que aventurarse por un hueco abierto en la montaña en abril de 1910 para el paso del Ferrocarril Trasandino Argentino que siguió operando hasta 1984. El túnel era un cilindro de 25 km. cavado en la roca andina a lo largo del cual descansaban sobre durmientes de quebracho colorado los rieles del Trasandino. No habia luces en su interior ni se podía apreciar instalación alguna para mantenimiento o seguridad. El paso de vehículos, que se había habilitado en 1939, se efectuaba en los horarios en los que no circulaban los trenes y por turno pasaban los que esperaban en una cola frente a la boca del túnel. Una vez para un lado y otra vez para el otro. El paso estaba controlado por la gendarmería que por radio comunicaba a sus pares del lado chileno la cantidad y los datos de los vehículos que iniciaban el cruce. Obviamente que del otro lado debian salir todos antes de que se iniciara el cruce en sentido inverso.

"El paso del túnel fue una linda experiencia. Es muy negro y húmedo. Hay un trecho en el que cae agua tupida. Más o menos a la mitad del tunel está el limite con Chile."

Esta referencia en mi diario al paso del túnel no refleja para nada lo que fue. En realidad fue impactante - de distintas maneras - para toda la tripulación del quejoso 404. Encaramos la negra boca del túnel con los dedos cruzados y la esperanza de no quedar sepultados en la montaña. Íbamos avanzando sobre las vías casi galopando, sintiendo ruidos y golpes mientras detrás nuestro se iba apagando rápidamente la única luz que proyectaba la entrada del túnel. En poco tiempo una negrura de tumba nos cubrió y apenas veíamos hacia adelante los pocos metros que iluminaban las raquíticas luces del Peugeot. El silencio era abrumador, solo cortado por el ruido del motor y los golpes y raspones con los durmientes y el ripio del piso. Como cuando cruzábamos por Piedras Moras, empecé a hacer bromas tenebrosas como para romper el clima de temor pero el efecto fue el inverso y me hicieron callar. Cuando en medio de la oscuridad alcanzamos a ver el cartel que indicaba que estábamos en territorio chileno, empezamos a respirar mas tranquilos. Poco después vislumbramos la luz de la salida.

Éramos muy pocos los que decidimos cruzar para Chile ese verano. Ese día solo cinco vehículos lo hicimos. Nosotros no habiamos tenido en cuenta de que estaba latente el peligro de guerra con el país trasandino donde gobernaba desde hacia cinco años el asesino de Pinochet. Eso explicaba la presencia de tropas desde Puente del Inca y a lo largo de la ruta a Las Cuevas. Si había un aderezo más para ponerle a este menú era ese. Finalmente el conflicto por el trazado limitrofe - Cardenal Samoré mediante - no llegó a producirse y nuestros temores se limitaron a las posibilidades mecánicas de nuestro "rocinante" y a como nos recibiría la dictadura pinochetista
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Gringotilo



Próximo Capítulo: "De nuestra lamentable y poco gloriosa entrada en el país trasandino, de como nos curraron y como nos alojamos en un hotel parejero"

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