Diario de la accidentada epopeya de recorrer Sudamérica. De como se frustró y otras adversidades


CAPÍTULO II
De como llegamos milagrosamente a Mendoza y del proceso de metamorfosis de Juan en una molotov humana.-
La tenebrosa noche de película nos acompañó en todo el trayecto hasta el dique Piedras Moras a 100 km de nuestra punto de partida por la ruta 36. En medio de la negrura de la noche e iluminado por la luz mortecina de las balizas de aceite quemado alcanzamos a distinguir, entre batida y batida del limpiaparabrisas, el cartel que indicaba el desvío. Al girar a la derecha, saliéndonos de la ruta 36, nos adentramos por un camino de tierra recientemente abierto y todo indicaba que nos conduciría hacia el terraplen del dique.
El desvío era una huella, despareja, poceada y cubierta de un barrito chirle formado por tantos días de lluvia. Las llamas mortecinas de las balizas dibujaban sombras que en su danza frenética creaba un clima fantasmagórico en medio de la negrura de esa noche pasada por agua. El 404 se zangoloteaba y patinaba mientras avanzaba lentamente hacia la cumbre del Piedras Moras, sufriendo golpes en todas partes y ahogándose de a ratos. En su interior cruzabamos los dedos, los creyentes rezaban, los chicos lloraban, juan miraba solo para adelante y yo hacia chistes macabros para tratar de aflojar la tensión aunque sospecho que el resultado fue inverso porque me hicieron callar. Llegamos a la cumbre del terraplén y empezamos a cruzar metro a metro los más de quinientos que tenia de longitud. Mi vista trataba de trepanar la metálica ocuridad y ver donde terminaban los veintiseis metros de profundidad del paredón, pero solo podía hacer trabajar mi imaginación que, como la de todos, nos martillaba con la posibilidad de que en cualquier patinada fuéramos a parar al fondo. Afortunadamente nuestros temores no se confirmaron y siguiendo la luz de los faros delanteros, que iban alumbrando como pidiendo permiso, terminamos de salir de Piedras Moras.
En un par de horas retomamos la ruta 36 rumbo a Rio IV. Pasamos por la ciudad sin deternos y enfilamos por la ruta 8. La luces del alba nos develaron un día luminoso; atrás habia quedado el aguacero y adelante se estiraba larga y brillante la recta que nos llevaba a Villa Mercedes. El sol irrumpía con fuerza como tomándose revancha, y se sumaba a nuestro cansancio generando una insoportable sensación de agobio que provocó airados reclamos de hacer un alto en el camino. Decidimos acampar en Sampacho. Alli Juan pudo dormir un poco y nosotros relajarnos.
Volvimos a retomar la ruta para hacer los 450 km faltantes con la temperatura en franco ascenso y el aire denso y dificilmente respirable. En este tramo nos reencontrariamos con nuestras viejas amigas: las viscicitudes.
A poco de andar el auto empezó a toser con frecuencia, hasta que dijo basta. Paramos a un costado del camino, no se veían signos de vida por ningun lado - parecia que la ruta hubiera estado reservada solo para nosotros; Juan bajó, abrió el capó y despues de una rapida ojeada y habiendo controlado las mangueras dictaminó que no llegaba nafta al carburador. Hay que decir que de mecánica sabia poco y nada, asi que yo, que no tenia ni idea de como funcionaba un motor, lo miraba con total y absoluta desconfianza. Mi amigo desenchufó la manguerita de la nafta y comenzo a aspirar. La cara se le puso roja, los ojos se le salían de las órbitas y el sudor provocado por el esfuerzo y la temperatura ambiente que ya era alta, le habian dado un aspecto que impresionaba. Al fin consiguió hacer salir un chorrito de nafta que volcó en el carburador. Ese fue el inicio de una ingesta de combustible que el pobre Juan no concluyó hasta la finalizacion del viaje.
-Dale arranque - me dijo - y aceleralo. Cuando se escucharon las primeras explosiones respiramos todos. Nos acomodamos de nuevo y seguimos viaje.
-En la primera estacion cargamos nafta y lo hacemos revisar - sentenció Juan. Todos asentimos con la cabeza casi como autómatas, productos del cansacio, el sueño y los nervios que no habíamos podido controlar. Ahi comprendí que debia tomarme todo con soda y tratar de disfrutar lo que nos deparara esta aventura. Con ese pensamiento me empece a relajar. Tuvimos otra parada igual, antes de poder hacer revisar el auto y otra vez Juan y el recurso de aspirar la manguerita.
En la pequeña estación de servicio ubicada a la izquierda de la ruta, pudimos bajarnos para estirar las piernas y que los chicos descargaran un poco de su energía. El único dependiente que había nos cargó nafta y revisó el carburador. ¡Cómo no iba a funcionar mal esa cosa si tenía más arena que la Brístol de Mar del Plata! En el apuro, el "Berta" que preparó el auto se olvidó de ponerle el filtro de nafta. Subsanado el inconveniente y después de habernos acordado malamente de la pobre madre del mecánico seguimos viaje y ya los kilómetros posteriores fueron mas aliviados.
Para entretener a los chicos empecé a cantar canciones infantiles, después seguí entreniendo a los grandes y sobre todo al conductor que estaba en un estado psicofísico lamentable. Asi es que saqué a relucir todo mi repertorio de cuentos, tangos, folclore y canciones de la guerra civil española que todos cantaron a coro. LLegando a Mendoza ya de noche en un viaje que duró el triple de lo usual, casi nos matamos al comernos una curva y encontrarnos de frente con un terrible omnibus "doble camello". Hubiera sido una pena que todo terminara ahi, sobre todo porque yo habia empezado un interesante y fructifero proceso de reflexion sobre mi mismo y sobre el grupo, que arrojaría conclusiones fundamentales para ir descubriendo quien era y hacia donde iba.
Asi decía en mi diario: " Mendoza, miércoles 24 de enero de 1979. Deben ser como las once de la mañana de un día bastante fresco y nublado. Estamos en la parroquia de un cura tío de la Elba. ya hace 36 horas que salimos de viaje. Espero que de aqui en más se calmen los nervios de todos, en general..."
Y despues reflexionaba sobre Juan y el grupo: "...Juan es muy idealista - de paso exitista tambien - se da mucha manija - como yo en algunos casos - y demostró tener la inconciencia de los chicos, que no miden riesgos. Eso se demostró al salir sin ni siquiera una miserable pinza, ni llave para cambiar una rueda. Despues con el carburador. Me da la impresion de que el piensa que la providencia nos va a dar la mano en el momento justo. Creo que estamos empezando a conocernos. Pienso que a medida que pasen los dias iremos dejando de lado las cuestiones formales - que no son muchas - y nos iremos mostrando tal cual somos. La experiencia que vamos a vivir va a ser también para Marta y yo muy importante porque vamos a tener que convivir o aguantar a los chicos que joden demasiado. Yo evaluo que estoy pasando bien la prueba. Marta en cambio está bastante mal. Creo que como todos los estados anímicos de ella, será pasajero, además tiene una propensión a exagerar las cosas. Pienso que vamos a pasar buenos momentos."
"Hemos tenido un viaje bravo - sobre todo para los chicos - . También para nosotros, por los chicos." Y reflejando mi faceta de "duro" escribía: "Yo no experimenté demasiada excitación ni cambios en el estado de ánimo - como creo que es mi característica. Fue como si hiciera una cosa de todos los días; en este momento no tengo ningún tipo de ansiedades. (es decir tengo una: no seguirle el ritmo a Juan, que si sigue así no va a descansar nada. Parece que fuera huyendo a pesar de que el dice que no)"
"El tiempo: tuvimos de todo; lluvia torrencial, calorón y ahora viento fresco. En cuanto a las paradas, pasamos un lindo momento en Sampacho. Para la anecdota: casi nos embestimos de frente con un colectivo. Marta lo vio - Juan se habia tragado la curva. Yo no experimenté ninguna sensación (comentario: Otra vez "el duro"). Elba se agarró la cara con las dos manos. De todas maneras habia tiempo para hacer lo que hizo Juan. Suerte que las banquinas son buenas en Mendoza."
Sobre mi rol escribía: "En el auto yo me encargué de aflojar las tensiones, hablando pavadas - creo que este es el rol que deberé asumir - ya lo dijo la Elba-porque ella tiene que atender a los chicos, Juan vive pensando en el auto ( hasta ahora) o en hacer camino y Marta está bastante disgustada por todo."
LLegamos a la ciudad cuyana con los últimos restos de energía y entramos trunfantes por la Av. San Martín. Pero el ajetreado Peugeot comenzó a toser. Tosió otra vez, tuvo una convulsión y se quedó parado en la avenida. Asi nos vieron entrar los mendocinos: todos, menos los chicos, empujando el auto, no sin que antes Juan intentara sin éxito aplicar la sofisticada técnica de aspirar de la manguerita. Lo dejamos en un lugar medianamente seguro y partimos en un taxi rumbo a la parroquia donde nos íbamos a alojar, esperando que allí nos dieran las bendiciones necesarias para poder seguir con éxito nuestro viaje por Sudamérica.
Gringotilo
Proximo capítulo: " De la breve y placentera estadía en Mendoza, las pícaras andanzas de un curita y de como nos tragó la montaña en medio de la tensa situacion de guerra"

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