Historias de "El maestro"

Incidente en el cine
“El maestro” era una persona muy singular y que, como el apodo que le habíamos puesto lo indica, era docente. Era menudo, delgado y nervioso. Tenía buen humor pero cuando la situación superaba su capacidad de aguante, explotaba en un arranque de ira que se le pasaba tan rápido como había surgido, devolviéndole su aspecto apacible e inofensivo. Era el padre de un compañero de la secundaria con el que muchas veces nos contábamos anécdotas de la vida familiar. Una de ellas que me quedo grabada y que cuando la desempolvo y la saco del baúl de los recuerdos me dibuja instantáneamente una sonrisa, es la del cine.
“El maestro” llegaba al cine con su esposa, la madre de mi amigo, una cordobesa divina, bastante jugados con el horario. De hecho cuando estaban intentando ubicarse, la película ya había empezado y se encontraba en esas partes donde la luz escasea. Con dificultad alcanzaron a divisar unas butacas en el medio de una de las filas y se encaminaron hacia ellas pidiendo permiso en voz baja a los que ya estaban sentados. Al llegar a la quinta butaca “El maestro” se topó con las piernas extendidas de una persona a la que pidió, susurrando, que las recogiera pero sin resultado, lo que le obligó a levantar la voz. En ese momento, ya se empezaron a escuchar las primeras protestas de los espectadores de las filas posteriores a los que molestaban con su sombra y sus ruidos. Esta situación incomodó a nuestro hombre que explotó y comenzó a vociferar todo tipo de improperios y a darle puntapiés cada vez más fuertes al desconsiderado espectador que seguía con las piernas extendidas, aparentemente concentrado en el filme y sin mostrar señales de reacción alguna. Ya en ese entonces los ¡shhhhhhh! y las protestas eran generalizadas, viéndose venir al acomodador que con la linterna iluminó la cara desencajada de “El maestro”. Fue cuando su esposa le dijo en voz baja que siguieran, que no empeorara la situación y se tranquilizara. “El maestro” accedió, ambos levantaron sus piernas para sortear el obstáculo que desencadenó el incidente y se sentaron dos butacas más allá tratando de recobrar la calma para poder disfrutar de la película.
Cuando el “The End” apareció en la pantalla, después de una hora y treinta y cinco minutos de entretenido espectáculo y se prendieron las luces, dos butacas mas allá se podía ver con toda claridad al pobre paralítico que luchaba con sus rígidas piernas enfundadas en ortopedia metálica, que hacia denodados esfuerzos por levantarse. Cuando "El maestro" vio eso, se subió el "Perramus" hasta cubrirse la cabeza y desapareció por debajo de su asiento.-


Eledil

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