Historias de aquélla piecita de Alberdi III




El día de mi asesinato


El 17 de mayo de 1976, a las 21 hs. fueron sacados de sus celdas de la UP1, MIGUEL ANGEL MOSSE, OTTO YOUNG, ALBERTO SVAGUZZA, EDUARDO ALBERTO HERNANDEZ, RICARDO VERON y DIANA FIDELMAN y fusilados unos minutos después en las inmediaciones del puente Santa Fe. El 19 de mayo, en el diario Córdoba se podia leer:”FRANCOTIRADORES Y 4 VEHICULOS UTILIZAN EN ACCION EXTREMISTA”. Al pie de la nota había seis fotos bastante borrosas, acorde con la deficiente impresión en plomo de las viejas maquinarias del histórico vespertino cordobés. Una de ellas era la de Eduardo, que tenía el corte de cara y algunos rasgos que lo hacían - al menos en esos días - muy parecido a mí.  Yo leí la noticia de pie, al lado de mi cama, en aquella piecita de Alberdi donde nos encontró el golpe y donde empezamos a endurecernos para sobrevivir al terror que se iba sembrando hora tras hora con cada compañero encarcelado, muerto o desaparecido. La noticia de este fusilamiento disfrazado de enfrentamiento era uno más de los terribles golpes que veníamos sufriendo desde los últimos años del isabelismo y el primero de una serie de asesinatos contra compañeros detenidos en la Penitenciaria de Barrio San Martín. Ardíamos de bronca y dolor, pero sin permitirnos que nos paralizaran poniendo en riesgo nuestra seguridad. La militancia política, en tanto empezamos a comprobar que la dictadura venía por todos nosotros, empezó a exigir condiciones de mayor clandestinidad. Así fue que cortamos aun más los lazos que nos unían a familiares, amigos y militantes. Comunicarnos era una tarea complicada que nos llevaba a tener el mayor de los cuidados y precauciones. Cualquier cita era un riesgo de caer en una celada; los allanamientos eran cosa de todos los días al igual que los operativos rastrillo, las detenciones en la calle y en los lugares públicos. Si era detenido un compañero con el que estábamos vinculados o nos conocía, aunque sea con el nombre de guerra, había que limpiar las casas, cambiar de domicilio y estar a la expectativa para ver si se sucedían otras caídas. La vida en la clandestinidad, nos imponía una rutina que se hacía carne en nosotros y que ya no nos pesaba. En esas condiciones, con nombres falsos, con la rigurosidad para cumplir con las citas y las consignas, para movernos en los lugares públicos, para no contradecirnos con las vidas que inventábamos para los demás para justificar nuestros movimientos (o lo que era lo mismo: tener un buen “minuto”), militábamos, nos divertíamos, amábamos y tratábamos de tener vida familiar y de relación. En esa situación me encontraba cuando fusilaron a mi sosías y tocayo. Me golpeó pero nunca sospeché que con su muerte yo también moría.
Golpearon a la puerta de la casa familiar en Mar del Plata y con el diario en la mano, un amigo de mi familia le llevó la noticia a mis viejos. (1)
Mi pareja, me avisó tres días después, que a través de una tía me andaban buscando para saber si era yo el de esa noticia; mis padres, en un estado de angustia, estaban al borde del infarto. Fue un golpe duro para ellos, pero no el primero ni el último por mi causa.
Un par de días después recibieron un escueto telegrama que decia: FELICIDADES. ESTOY BIEN. ALBERTO.

Gringotilo

(1) En estos días revolviendo cosas de mi viejo, encontré una pila de recortes de diarios de aquellos años. Uno de ellos correspondiente al diario La Razón llevaba por título: "En un tiroteo originado cuando tratóse de liberarlos fueron abatidos 6 extremistas". Finalizaba con la lista de compañeros fusilados y subrallado con birome negra el nombre de Eduardo Alberto Hernández


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