Y la peste yira yira
Hace unos años no
hubiera imaginado que mi humanidad fuera a dar a Colombia y mucho
menos a las montañas que rodean la represa del Guavio. Pero los
vericuetos del destino y mis hábitos trashumantes, me llevaron junto
a mi esposa a adquirir una pequeña finca en una vereda del municipio
de Gachalá rodeada de bosques de pinos, eucaliptos, guayabos,
plátanos, limoneros, lulos, cafetos, guaduas y otras especies de
exuberante verdura tropical. La amplia galería de la casa, nos
permite gozar de atardeceres de ensueño cuando el sol cae lentamente
detrás de los cerros, o momentos fantasmagóricos provocados por los
espesos vapores de agua que suben de la represa y se posan sobre las
laderas. Por las noches despejadas, las infinitas estrellas; la luna
al alcance de la mano; Venus como un farol que brilla como nunca lo
había visto; Orión- única constelación que conozco- y sus Tres Marías que apuntan a una estrella a la que puse el nombre de un viejo amor, esparcen sobre el campo un resplandor que hipnotiza. También los
momentos de lluvia torrencial, que hacen retroceder la temperatura y
repican estruendosamente sobre los techos de chapa, se disfrutan
sabiéndonos al amparo de una más que aceptable construcción. Y casi siempre
después de la lluvia o despejando la impenetrable neblina matinal,
viene el sol, radiante, quemante, con su carga de vida.
Yo, un tipo urbano
por excelencia disfruto como nunca me lo hubiera imaginado. Me siento
en un paraíso y nada extraño de las ciudades tumultuosas, de ritmo
agitado, de pulso rápido. Extraño sí los afectos argentos, la
familia, los amigos, los compañeros, las reuniones, los asados, las
mateadas, el buen vino y el dulce de leche. No obstante en estos
tiempos de peste, esas juntadas están vedadas y da igual estar allá
o acá. Los encuentros son todos virtuales y tal vez lo sean por
mucho tiempo. Por lo demás ya uno se ha amañado y esas cosas ( esas
vainas dicen por estos lares) como comida y bebida, han sido
reemplazadas por la diversa y sabrosa gastronomía colombiana. Los
abundantes desayunos con un energizante caldo de costilla, arepas y café, o una changua o huevos perico. Ensaladas de las variadas y
exquisitas frutas que abundan a modo de tente en pie o de onces como
le llaman aquí, tal vez por la hora, aunque también hay onces a la
tarde en lo que sería la merienda. Esos almuerzos donde el
infaltable arroz , va acompañado de frijoles, cerdo o pollo, con
verduras, yuca, plátano frito o patacones y aguacate. Un buen
ajiaco, un cuchuco, un sudado o las distintas variantes regionales de
sancocho, algo así como el puchero argentino pero más caldudo,
llenan el estómago y el espíritu. Así mismo la bandeja paisa, el
cocido boyacense y un buen plato de chigüiro con guacamole y ají,
son para el disfrute. Ni hablar de hacerse un alto en la calle para
degustar una empanada, un chicharrón con un vasito de fresco masato,
un mango biche o chontaduros con miel y sal. He podido reemplazar sin
tanto sacrificio el asado de carne de vaca a la parrilla que acá es
difícil de hacerlo a la argentina por dos motivos: la calidad de la carne y la leña
o carbón que hay que estar apantallando casi
permanentemente para que levanten temperatura. A lo sumo algún
costillar de cerdo hecho a la cruz me han dado alguna satisfacción y
milanesas que guardo celosamente en el congelador para que duren. El
buen vino argentino se consigue pero a precios no muy amables por lo
que opté por un vinito chileno pasable y a un precio razonable y el
dulce de leche, que aquí es arequipe, no me deja a pata. El problema
es la yerba. Hay pocos lugares donde se puede conseguir y no hay
variedad. Entre la colectividad de argentinos se pasan los datos y
más de uno que viaja trae y la ofrece sacando su buena tajada. Yo
consigo Taragüi de medio en una esquina de importados, en carrera
octava y doce. Eso me salva, porque si bien me he ido acostumbrando a
los desayunos locales, no puedo empezar mi día sin mate amargo. Es
un ritual que me pone en movimiento, me impulsa a actuar; mientras
hago sonar la bombilla, leo las noticias, los mensajes, pienso,
planifico. Si no tomo mate por la mañana mi día arranca cruzado, muy cruzado.
Hasta aquí todo
bien, mientras estuvimos en Bogotá. Y venía más o menos bien antes
de que nos atropellara la peste. Cuando nos mudamos a la finca, ya se
hizo más difícil tener vino y dulce de leche al alcance de la mano,
así que reemplacé el vino por guarapo y transformé mi casa en una
destilería. También aprendí a hacer dulce de leche y me sale
bastante bien. Lo único que no se puede reemplazar con nada es la
yerba y ahora que estamos aislados y no se puede viajar a la capital,
estoy jodido, En el pueblo creen que la yerba es droga y si insistimos en la búsqueda por poco no nos sospechan de narcos. Veníamos
bien con la cuarentena, porque estábamos resolviendo el problema del
abastecimiento. Leche, queso, huevos, carne de cerdo, algunas
verduras, tenemos al alcance de la mano. Yerba no. El aislamiento en
la finca no pesa. Tenemos dos hectáreas para recorrer, montañas,
vegetación variada, innumerable cantidad de pájaros, vacas que
mugen, gallinas que cacarean, abundantes y entretenidas tareas rurales y vecinos que vemos con la misma
regularidad de antes, claro que manteniendo ahora la distancia
correspondiente. Nuestra vida no ha cambiado mucho. La pandemia era
para mi una contabilidad de contagiados, recuperados y muertos, que
me proporcionaban los medios y las redes sociales, era la experiencia
de mis familiares y amigos que me contaban sus angustias
proporcionadas por el encierro; era un problema de los otros hasta que constaté que solo me quedaba medio paquete de yerba. Por primera
vez sentí en carne propia lo terrible de esta peste global. Me entré a
desesperar porque ya no era posible ir a Bogotá a comprar la
Taragüi de medio. Mi angustia comenzó a obnubilar mi sesera y aumentaba con cada sorbo que condenaba lenta pero inexorablemente a la extinción a mi escaso recurso matero.
Y cuando ya me había entregado, el tango vino en mi ayuda. ¿Por que será que
con la pálida uno recurre al tango? O por lo menos a mí me pasa.
Siempre hay un tango a mano para reflejar tu drama. Y yo encontré el
mío. Discepolín me lo puso al alcance de la mano: che Mordisquito
-sentí que me dijo- este gotán es para gambetear la mishiadura,
porque a pesar de la peste el mundo yira y yira...Y se me hizo la luz con esos primeros versos: "cuando la suerte que es grela, fallando y fallando te
largue parao, cuando estés bien en la vía, sin rumbo desesperao,
cuando no tengas mas fe ni yerba de ayer secándose al sol….."
Ni yerba de ayer
secándose al sol…-repetí casi mecánicamente.
Desde hace unos
días, con el marco imponente de las montañas, con la belleza de la
vegetación, los pájaros que impregnan el aire con sus trinos y me
dan aliento, en medio de los lirios silvestres, con el ánimo en reversa, estoy secando yerba
usada al sol. Ya junté una buena cantidad como para tirar otro mes
más. No tendrá el mismo gusto pero ningún virus me va a privar del
mate amargo para empezar el día.
Alberto Hernández
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