Historias de aquella piecita de Alberdi II

Propiedades de la barrita de azufre

La tradicional barrita de azufre, usada ancestralmente, sirve para hacer desaparecer la tortícolis y aliviar en general contracturas y dolores musculares; la energía corporal se transfiere a la barra hasta que se quiebra. Pero además sirve para salvarse de la colimba, es decir: del servicio militar obligatorio que debiera haber hecho yo como buen ciudadano y que perduró hasta que Charly (el gran Charly de la pizza con champán) lo abolió.
Apenas cumplí 18 años me sortearon (me tocó ejército) y como estaba estudiando en la Universidad, solicité la prórroga al servicio militar obligatorio hasta que terminara de estudiar. Articulo 17 de la ley de servicio militar.
Los años de estudios a poco de andar se transformaron en años de militancia
política y finalmente dejé la carrera para tratar de trabajar en una fábrica lo que ameritaba tener la colimba hecha y para eso tenia que renunciar a la prórroga. Ya tenia 24 años y era medio grande para bancarme las fajinas y las pesadas gastadas que sufrían los colimbas veteranos, según las historias que circulaban.
Me
parecía que era un año perdido. Yo era defensor del reclutamiento de civiles porque estaba convencido de que para muchos significaba un aprendizaje, una forma de madurar y de ordenarse. Pero a mi no me hacía falta.
Por esa
razón empecé mi largo peregrinar para ver como podía salvarme de ingresar al ejército. Empecé preguntando a los que ya habían pasado por eso para que me contaran lo que sabían. Las historias se sucedieron unas a otras. La del que se hizo el loco; el que se orinaba; el que se provocó un abceso en la pierna; y así varias más. Ninguna me convencía; además todas tenían que ver con gente que fue incorporada y le dieron la baja después, pero se tuvieron que chupar varios meses y yo no quería pasar ni una hora en el cuartel.
Es así que empecé a buscar contactos. El padre de un compañero de militancia era un militar de alto rango. Lo fuimos a ver. La cara de bull dog y la mirada pétrea que nos echó cuando su hijo le planteó el tema nos persuadieron de que no podíamos insistir. Con un tío mio paso lo mismo; a lo sumo podía acomodarme un poco para que la pasara mejor, cosa que perdido por perdido no descarté.
Ya se aproximaba el mes de agosto y con él la fecha de la revisación y todavía no veía por donde iba a zafar, cuando apareció Yuyo y su historia de la barrita de azufre. A él le había salido bien, aunque no pudo impedir la incorporación. "Tenés que encender una barrita de azufre - me contaba - e inhalar el humo que se desprende, en el acto se te cierran los pulmones y pasa como un ataque de asma. Yo lo hice varias veces, me enviaron a enfermería y a la tercera vez me dieron la baja"
Convencido de que era lo mejor, consulté a un médico amigo que me tranquilizó, diciéndome que no me iba a hacer mal por una vez que lo haga, que puede dañar si se está permanentemente respirándolo. Descartada cualquier consecuencia para mi salud puse manos a la obra.
Adquirí en una farmacia de la Av. Colón, a la vuelta del conventillo donde vivía, dos barritas por las dudas. Subí la sonora escalera de chapa que llevaba a nuestra pieza y ahí pegado a la medianera y con reloj en mano encendí una barrita por la punta más gruesa. Se hizo una llama verdosa y se desprendió un humo del mismo color con un fuerte olor azufrado. Lo inhalé con decisión; el ingreso del gas me lastimó las mucosas nasales y me hizo lagrimear; inmediatamente ingresó en mis pulmones y me los cerró de tal manera que el aire me entraba con mucha dificultad y merced a grandes bocanadas. Me dolía el pecho y sentía que los ojos se me escapaban de sus órbitas. Pensé que me moría; cualquiera que me hubiera visto en ese momento me habría recomendado una carpa de oxígeno, pero a medida que empezaron a pasar los minutos se suavizó el efecto. Controlé el reloj y a los veinte minutos ya se había normalizado mi respiración. Lo hice otra vez y fue igual de terrible. También igual fueron los veinte minutos que duró el simulado cuadro asmático.
El día de la revisación en el batallón 141, fui munido de dos barritas de azufre (por las dudas se me perdiera una). Eramos varios cientos para revisarnos. Cuando tocó al grupo nuestro (no recuerdo si era por apellido o por número que nos llamaban) todos fueron a hacer cola frente a donde estaban dispuestos en hilera una veintena de puestos médicos. Yo en cambio corrí hacia el baño ubicado a unos cien metros de ese lugar. Ahi realice la operación y apuré el paso todo lo que pude, con un ataque de asma de primera calidad; cuando llegué ya todos estaban desnudos y era el último de la cola. Mentalmente empecé a contar el tiempo y a desesperarme porque se me iba pasando el efecto. Cuando me toco el turno estaba mas sano que un atleta de las olimpíadas. Le informé al médico que tenia asma, que no iba a poder dormir en una cuadra con mucha gente, que me daban ataques cada dos por tres y una pila de argumentos más. Me pusieron en la libreta "APTO A" pero, atento a todo lo que dije, me dieron una papeleta para que me presente en cualquier unidad del país cuando tuviera un ataque de asma.
Como a pesar de mi saludable presente, yo había sufrido asma y tenia una alergia bronquial que cada tanto me incordiaba, aposté a la vía natural y me fui a Mar del Plata inmediatamente a enfrentar los vientos marinos, el frío y la humedad. Apenas llegué, comencé a desafiar las inclemencias del tiempo haciendo toda clase de desarreglos, como andar en cueros a la intemperie, ir a la cancha desabrigado y con muy bajas temperaturas, transpirar y no abrigarme luego. Nada sucedió, estaba fuerte como un roble.
Cuando ya se me vencían los días, no tuve mas remedio que recurrir a la barrita de azufre. Con ella me dirigí hasta el GADA 601, habiendo avisado previamente que tenia un ataque de asma y quería que una junta médica lo constatara. Esta vez ya no habría cantidades de futuros conscriptos y podría manejar mejor mis tiempos. Con la complicidad de un colimba que me avisó de la llegada del médico y al que prometí un asado si me salvaba, fui al baño y me apliqué una dosis del verdoso salvoconducto a la vida civil. Enseguida gritaron mi nombre por lo que arrojé presuroso la prueba del delito por el inodoro mientras mi socio, el colimba, les decia que ya iba, que estaba en el baño.
Salí del baño con los pulmones tapados, ahogándome, con la boca abierta y apoyándome en las paredes. Entré en un cuarto donde el comedido soldadito me indicó, encontrándome ahí con tres personas de uniforme que debían ser los médicos. Uno de ellos me llamó por mi nombre; yo asentí con la cabeza.
- dése vuelta y respire hondo por la boca- me dijo con voz seca
Hice lo que me pidió. Salió de mi boca un sonido espantoso, de león herido, que dolía, casi de ultratumba, que me estremeció de la cabeza a los pies. Debe haberlo impresionado también al médico porque enseguida me pidió la papeleta y dijo:"vaya, vaya". Una vez que la firmó me quede conversando un rato como podía, entrecortadamente, hasta que noté que el efecto se iba. Me despedí y salí del consultorio rumbo a la entrada del cuartel que quedaba a unos cien metros. Con la promesa de que iba a pagar el asado me despedí de mi cómplice.
En el hospital militar de Córdoba, me cambiaron el "APTO A" y me sellaron la libreta. Aunque quería correr salí de ahí a paso vivo. Esa noche la piecita del conventillo de la calle Neuquén se vistió de luces, fue puro festejo; y eso que en ese momento ni sospechaba que me acababa de salvar de ser parte de los operativos de represión que el ejercito asesino y torturador llevo a cabo al año siguiente contra el pueblo argentino.
Todavía le debo el asado al colimba del GADA 601 y hasta hoy tengo la esperanza de que le hubiera tocado la baja antes de que empezara la negra noche del 76.

Gringotilo

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