La puerta
Pasé por el corralón y la vi; apoyada contra una pila de maderas y cubierta de polvo. Era una puerta de cedro macizo, con tableros y herrajes de bronce, exquisita y artísticamente trabajados. Debía medir no menos de tres metros de alto por un metro y medio de ancho. Desde ese instante la quise para mi. El dependiente me explicó que tenia como ciento veinte años y que había sido parte de una de las entradas del palacete de una familia tradicional de la ciudad. Habían transpuesto esa puerta, aferrado su picaporte y apoyado en su marco, innumerables damas y caballeros de renombre; ilustrísimos personajes de épocas glamorosas y mucho poder; algún revolucionario o caudillo. Indudablemente ese pedazo de madera era historia viva. Cuando le pasé la mano, la olí y apoye mi oreja contra ella, pude sentir su vibración, los aromas a acacias y jazmines, los mumullos de las tertulias y el ardor de las discusiones políticas y las conjuras de poder. Pregunte el precio y la compré. Ya e...