Los libros de Río Segundo
Los
días corrían con lentitud morbosa en marzo del año 1979; la
represión en Córdoba había perdido la virulencia inicial
trasladando su foco a Buenos Aires y otros puntos del país, aunque
todavía el Cachorro seguía con sus operativos rastrillos, controles
y detenciones masivas.
Apenas
volví de tierras pinochetistas de un viaje desopilante, por los
infortunios mecánicos y nuestra propia locura, debuté con una nota en el suplemento económico del diario Tiempo
de Córdoba (1), que coordinaba Jorgito y con el que colaboraba el
Negrito, ambos cumpas de los años de militancia en Orientación
Socialista. Ese fue el comienzo de mi breve período de actividad
periodística. A esa nota siguieron otras y luego me incorporé a la
redacción del diario, también en la sección economía, que estaba
supervisada por la Fundación Mediterránea, por aquellos años de
concepción desarrollista, lo que nos daba cierto margen para
inyectar algunas ideas entre los resquicios del pensamiento
neoliberal hegemónico de la dictadura.
Por
marzo de 1978, después de la caída de una casa donde funcionaba una
precaria redacción e imprenta del periódico que distribuíamos con
mucha dificultad y que yo ingresaba en la fábrica donde trabajaba,
habíamos decidido disolver lo que quedaba de la organización en
Córdoba. Lo que siguió fue intentar hacer una vida “normal” y
tratar de zafar exponiéndonos lo menos posible. Atentos a todos los
indicios que daban cuenta de lo cerca que podría estar la represión
de nosotros, seguíamos muy de cerca la suerte de los compañeros con
los que estábamos vinculados. Si bien nos habíamos destabicado (2),
seguíamos manteniendo medidas de seguridad a la hora de reunirnos,
de las citas, de como manejarnos en la calle, la vestimenta, etc.
Digamos que en el año del relato sentíamos que era posible
sobrevivir, y aunque vivíamos siempre expectantes, a la defensiva,
de a poco nos habíamos ido relajando.
Cuando
estábamos cada uno enfrascado en su tarea y en resolver su vida
cotidiana, ocurrió.
-
Gringo, la vieja de Dana quiere vender la casa de Río Segundo – me
dijo Carlos sin rodeos, sentados en su Renoleta.
-¿y
qué tenemos que ver nosotros ahí?- contesté levantando los hombros
con gesto de qué me importa
-Resulta
que en el comedor hay un berretín (3) que es una doble pared donde
quedaron un montón de libros y hay que sacarlos urgente – me
explicó.
Lo
escuché estupefacto mientras una contractura me iba subiendo
rápidamente hasta instalarse en mi cuello. Después que hube
digerido la nueva situación y habiendo informado sobre el tema a los
otros dos escribas, nos reunimos para organizar la tarea. Hicimos un
recuento de las herramientas e implementos necesarios para demoler la
pared, acarrear escombros y libros y establecimos un día de la
semana siguiente para el operativo. Ese día, Carlos y yo salimos en
su auto; Jorge y el Negrito en colectivo. Quedamos en reunirnos
temprano para estudiar el terreno y elegir el lugar donde tiraríamos
los libros; los escombros los dejaríamos en el jardín de la casa,
ya que era razonable pensar que una casa a ser vendida podía estar
siendo reparada.
Antes
del mediodía nos encontramos en el lugar de la cita, en una esquina
de este poblado que fue una posta del Camino Real en tiempos de la
colonia y a una hora de viaje de la Ciudad de Córdoba. Ya los cuatro
en la Renoleta y después de haber identificado y ubicado la
vivienda, salimos a recorrer la ribera del río, deteniéndonos en
cada lugar donde veíamos factible depositar nuestra carga. Era un
soleado día del benévolo invierno cordobés que invitaba a
disfrutar de la frescura del agua y del paisaje y de no mediar esta
complicada e inesperada circunstancia en la que nos encontrábamos,
seguramente hubiéramos pasado una distendida tarde de amigos. Con la
mente fija en lo que teníamos que hacer recorríamos en silencio el
camino polvoriento. Pasamos una entrada que terminaba en un arenero y
donde un carro era cargado por un par de personas; evaluamos que
sería una zona muy concurrida y si bien era fácil el acceso, ese
hecho la hacía muy peligrosa. También desechamos un pozo que a la
vera del camino de tierra, estaba casi tapado por malezas; era ideal
porque estaba oculto pero no era lo suficientemente profundo. Unos
doscientos metros más adelante encontramos un sitio elevado, con
abundante vegetación de monte, donde grupos de talas, aromos,
chañares y sauces se inclinaban sobre el verdoso torrente del río,
que después de una suave curva iba a depositar una parte de la arena
de su lecho como aporte mineral al jornal de los carreros. Ese sitio
nos pareció ideal; allí no nos vería nadie; arrojaríamos los
libros a la fuerte correntada del río que llevaría bien lejos su
carga ideológica. Lo convertiríamos en una verdadera corriente
intelectual, subversiva, militante, sospechosa, pero lógicamente
silenciosa y a salvo de interrogatorios de las bestias represoras; el
Xanaes se nos representaba con el temple altivo y guerrero de los
Comechingones y Sanavirones que poblaron sus costas. Decidimos que
sería ese el lugar.
Retornamos
con premura a la casa. Nos dirigimos por la escalera a la planta
alta. Allí nos encontramos con un salón de cuatro metros de ancho
por seis o siete metros de largo con un gran ventanal que iluminaba
sus muros amarillentos. Carlos nos señaló la pared mas
lejana: “ahí está la biblioteca” . Nadie lo hubiera sospechado.
La unión de la falsa pared con los muros laterales y la terminación
era perfecta. Solo aguzando el oído y en conocimiento de lo que
ocultaba, al golpearla se percibía algo distinto.
Dividimos
la pared en cuatro y comenzamos a golpear con las mazas cada uno en
su sector. Enseguida cedieron los primeros ladrillos y en una hora y
media ya teníamos a la vista la biblioteca completa. Quedamos
impactados y conmovidos al ver las colecciones que allí se
encontraban y que tendríamos que tirar. Calculamos unos tres mil
tomos de toda la literatura de izquierda, revulsiva e incinerable
para las fuerzas oscuras de la dictadura; todos acomodados
prolijamente en estantes de madera de unos quince centímetros de
ancho que cubrían de piso a techo la pared y protegidos de la
humedad por grandes paños de grueso polietileno.
Los
libros estaban afectados por la humedad pero rescatables a pesar de
los dos años que habían permanecido ahí. No pudimos con nuestro
genio y aun sabiendo que corríamos el riesgo de sufrir alguno de
los frecuentes controles militares de las rutas, separamos algunos
para llevarnos de acuerdo al interés. Así volví con mi bolso
cargado de Lenín, Plejanov, Rosa Luxemburgo, Marx, Lefevbre, los
viejos y apreciados Rearme (4), dos buenos libritos de Ismael Viñas, a
la sazón ya condenado por su despreciable traición (5) y otros más.
Inmediatamente
empezamos a cargar la Renoleta con las bolsas llenas de libros.
Mientras dos partimos hacia el sitio elegido, los otros se quedaron
sacando escombros y limpiando. Llegamos con Carlos al lugar, nos
cercioramos de que no hubieran molestos testigos y con el corazón
partido arrojamos rápidamente la carga al río. Nos quedamos viendo,
con los ojos húmedos, cómo el agua se llevaba horas de lecturas
febriles, de mateadas con discusiones hasta la madrugada, de debates
en el comedor universitario, de luz para nuestra conservadora
formación doméstica, de fundamentos para la acción revolucionaria.
Estábamos ensimismados cuando lo que vimos nos golpeó en la frente
arrancándonos gruesas gotas de sudor frío. El río que imaginábamos
cómplice, compañero, solidario, no se hizo cargo de la parte que le
tocaba y comenzó a depositar la carga, doscientos metros más abajo
en el arenero. Nos cercioramos de que no hubiera nadie en ese momento
cargando arena y corrimos rápidamente a dar aviso y traer lo que
faltaba. Debíamos terminar en forma urgente y huir de Río Segundo
antes de que alguien diera el aviso. Hicimos el último viaje y
después de dejar todo prolijo, cada uno se fue con su carga por
caminos distintos. Yo emprendí el retorno a Córdoba, con mi bolso
cargado de libros, en un colectivo interurbano y cortando clavos cada
vez que éste se detenía. Mi mente seguía dando vueltas por la
imagen del arenero y los libros encallando allí mientras maldecía
el momento en que decidimos confiar en un río buchón.
Gringotilo
(1) El diario Tiempo de Cordoba, que comenzó siendo un semanario, fue un matutino de vida corta, que apareció en 1977 y cerró en 1980. Fue fundado por un grupo de una treintena de empresas cordobesas encabezadas por Pier Astori, Fulvio Pagani y otros que dieron origen a la Fundación Mediterránea. Funcionó en el viejo edificio del vespertino Córdoba ubicado en la Av. General Paz y La Rioja. Fue una experiencia que revolucionó el periodismo cordobés por su sistema de producción, e impresión (intrtodujo el offset, reemplazando el plomo) y su estilo moderno tanto en lo periodístico como en su diagramación. Por él pasaron Miguel Clariá, Miguel Rojo, Carlos Sagristani, Fernando Micca, Elbio Ibarra Preti, Cristina Wargon, la Negra Grotti, Horacio Sosa; dibujantes de la talla de Carlos Ortiz y José Hernández; el inefable Sarlanga (Roberto Ruscio), un diagramador increíble y muchos más.
(2) Según la Real Academia Española tabicar significa "cerrar u obstruir lo que debería estar abierto o tener curso". Para la militancia de izquierda de la época era justamente ocultar entre los compañeros, por razones de seguridad, los nombres reales, los domicilios y cualquier otro dato que permitiera ser identificado y ubicado en el caso de que quien caiga detenido confiese por la acción de la tortura. Destabicar es lo contrario: abrirse, decirse los nombres, los domicilios, etc.
(3) Berretin o canuto, entre otras expresiones que se usaban, significa escondrijo, lugar donde esconder algo; puede ser una doble pared, un doble fondo en un portafolio o un doble tabique en un mueble. Los había también bien sofisticados como una mesa que hicimos hacer; al levantar la cubierta que estaba atornillada desde abajo nos encontrábamos con un reticulado que contemía los tipos de plomo de una imprenta y todos los elementos para hacer las formas que luego van a la impresora.
(4) El Rearme era una publicación teórica de la Tendencia Comunista (TC) que apareció en noviembre de 1971 y tuvo dos números. Se proponía el objetivo de constituirse en "..el órgano a través del cual la vanguardia revolucionaria, que se orienta a retomar el comunismo leninista, comenzando a superar las deformaciones populistas, foquistas y espontaneístas y que considera que la tarea fundamental de la etapa es la construcción del Partido Obrero Comunista, desarrolle la polémica ideológica y política que le va a permitir recorrer ese camino, el de la fusión del socialismo científico con la clase obrera, el camino de Lenín". Una reliquia que aun hoy conservo.
(5) Ismael Viñas, era un reconocido intelectual marxista, hermano de David, escritor e intelectual de fuerte compromiso politico e hijo del famoso juez de la Patagonia Trágica, que tan bien retrató Osvaldo Bayer en su libro; fue dirigente y referente insoslayable de Orientación Socialista y cometió el deleznable hecho de huir intempestivamente a pocos meses de haberse instaurado la dictadura militar en la Argentina, el 24 de marzo de 1976, llevandose 150.000 dolares de la organización, que estaban bajo su responsabilidad, dejando sin recursos a muchos compañeros que tenian que irse obligadamente o esconderse. El canalla, se fue a Israel y no volvió más, ni jamás se hizo cargo ni dio la cara.
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Cariños María.