Simón


 La noche del miércoles ocho de mayo de 1974 estaba fría y oscura. Y lo era mucho más en los techos del Sindicato de Mecánicos de Córdoba, donde estábamos apostados para defender las urnas que llevarían al “Chancho” Salamanca a su segundo mandato. Confluíamos casi todas las organizaciones de izquierda. Las que tenían experiencia en la lucha armada estaban ocupando los lugares más vulnerables de la sede gremial, que estaba en plena etapa de ampliación. Nosotros teníamos algunos fierros y por ello un puesto en la defensa de la sede ante la posibilidad de ataque de los “fachos” durante las dos noches en que las urnas deberían dormir allí.
Como todo estaba tranquilo, despues de establecer los relevos con mis compañeros de puesto, salí a la terraza a otear el panorama. Pegados al muro que daba a la fachada del edificio y distribuidos a equidistante distancia se veían las sombras casi inmóviles de tres compañeros provistos de armas largas que cada tanto se asomaban para ver lo que sucedia en la calle. Me hicieron señas de que todo estaba en orden, así que sin acercarme me quedé llenando mis pulmones del aire nocturno. Apostados en las esquinas traseras de la terraza se encontraban dos compañeros y en uno de los flancos de la puerta por donde yo había salido, estaba otro sentado con las piernas estiradas, sosteniendo un arma con su mano derecha. Hacia allí me dirigí, ubicándome a su lado. Nos observamos en silencio. Era un hombre de rasgos aindiados y tez morena; no parecía muy alto ni corpulento pero se lo veia rudo, de manos gruesas y ásperas; vestía un pullover oscuro, jean y zapatillas y en su cabeza un gorro de lana, desde donde asomaban desafiantes y duros pelos negros. Contrastaba con mis casi veintitrés años y mi aspecto de citadino militante estudiantil. “Simón”, me dijo que se llamaba, en forma casi gutural y cambiando de lado el acullico de coca. “Osvaldo”, respondí y , como si en esa presentación y en ese gesto amistoso, estuviera sintetizada y sobreentendida la causa común que nos hermanaba y nos había reunido allí, nos quedamos disfrutando de la compañía y de la quietud de la noche interrumpida cada tanto por el paso de algun vehículo. Un rato después me animé a preguntarle de donde era: “soy de Tucumán chango, y pertenezco a la Compañía de Monte Ramón Rosa Giménez del ERP” - me contestó susurrando y con cierta altivez, remarcando las palabras. A partir de allí comenzamos a desgranar nuestras historias o más bien la de él que era más sustanciosa. Simón - su nombre de guerra -había nacido en la localidad de Monteros hacía cuarenta y dos años en el seno de una familia de zafreros. “Mi abuelo, trabajaba en la zafra, mi viejo también y yo me crié jugando entre los cañaverales y ayudándolo. La paga era miserable y trabajábamos todo el día”. Largaba frases cortas, duras, sin floreos y se quedaba en silencio un buen rato, hasta que, sin que le preguntara algo, volvía a hablar: “éramos siete hermanos, cuatro machos y tres hembras, yo soy el menor de los varones; todos trabajaban en el ingenio, uno se perdió y nunca más volvimos a saber de él; dicen que se lo llevó “El Familiar”; así le decían al diablo que tomaba la forma de perro. A estas leyendas los patrones aprovechaban para hacer desaparecer o matar a los obreros rebeldes o que politiqueaban” Y volvía el silencio. Su mirada dura se perdía en la oscuridad de la noche, como escudriñando recuerdos. “Mi madre, pobre, entre tanta miseria, se las arreglaba para darnos de comer y vestirnos con ropas que nos daban o que ella hacía. Las mujeres ayudaban en la casa y estudiaban en la escuela del ingenio; yo pude ir hasta tercer grado, después dejé para ayudarlo al viejo, pero leo y escribo eh!...también aprendi algo de matemáticas”. Quedamos en silencio un buen rato. A nuestro alrededor los compañeros estaban inmóviles y vigilantes en sus puestos. Simón retomó su relato: “Cuando ayudaba al viejo, lo veia romperse el lomo y aguantar el aperreo de los hijos de mil mamas reputas de los capataces que lo exigían mas allá de sus fuerzas”. ¿Tenés hijos? - “Cinco changos y una chinitai - respondió en un susurro- “Igual que nosotros” - me animé a interrumpirlo. Simón continuó como si no me hubiera escuchado: “el mayor va pa los veinticuatro....se apareó con una linda china y ya me ha dao dos nietos; son lindos los changos; se me fue pa'l monte y vive de sus animales y su huerta....hace tiempo que no lo veo”. En la oscuridad de la noche le brillaban los ojos húmedos de recuerdos. Hizo un nuevo silencio mientras cambiaba de posición su cuerpo y apoyaba su arma en la pared, para meter la mano en el bolsillo y sacar unas bolsitas con hojas de coca y bicarbonato. Me ofreció y como nunca había probado accedí a mascar una de ellas; me parecio muy amarga así que cortesmente la rechacé.
- ¿Qué arma es esa ? - pregunté.
- “es una PAM.... la expropiamos en una comisaria de un pueblito de Tucumán. Es fácil de llevar, dispara rápido, pero es un poco insegura, hemos tenido varios accidentes con estos fierros.
- ¿y como entraste en el ERP?
- Había tenido ya algunos entreveros en las huelgas de la FOTIA allá por los '60; cagué a trompadas a varios capataces y a un patrón – por primera vez esbozó una sonrisa - me acuerdo de esa vez, ¡cómo corría el cajetudo ese!. Me peleaba de puro rebelde nomás. Despues vino Onganía, cerraron un montón de ingenios y quedamos en la calle. Cuando mataron a la compañera Hilda yo me salvé de culo; no podía más con mi odio. Yo andaba desocupado y catiteando. Por mi fama de pendenciero y sindicalista no me daban trabajo. Fue una época muy dura. Un día el cabezón Mamani, un cumpa que había cortado caña a la par mía varios años antes, me invitó a tomar una ginebra y me empezó a hablar. Yo no era ningún abombao, no era un desinformado, pero él me hablo de la lucha contra la explotación, contra el imperialismo, de la necesidad de luchar por la segunda independencia; me habló del partido, del Robi, de los huevos del Capitán Santiago y los demas compañeros. De a poco empecé a entender muchas cosas y me sumé. Pero yo quería combatir. Yo no quería ir a reuniones y perder tiempo en discusiones. Con eso fui muy claro con el Cabezón. Yo quería combatir....- repitió lentamente y disimulando un suspiro – Lo hice por los changos, por mi familia, por mis compañeros...por la patria.
Simón había dejado su parquedad de lado y hablabla con locuacidad y cierta excitación. Remarcaba cada palabra con convicción. “Antes de pasar a la clandestinidad me despedí de mi familia. Me acuerdo de ese momento y creeme chango que se me estruja el corazón. Pero no vacilé, los miré a los ojos, les hablé de la lucha que iba a emprender, a mi negra le encomendé que los cuidara......ni una lágrima derramó la negra, es churita pero dura como el quebracho. Hace como un año que no los veo, aunque por ahi me llegan algunas noticias....Ni una lágrima derramó....
En ese instante, gritó uno de los que hacían guardia sobre la calle, abalanzándose muy alterado hacia el interior del edificio. Nos incorporamos rápidamente y lo seguimos con las armas listas. El desconcierto era fenomenal; las consignas no funcionaron; falsa alarma. Habían llegado las urnas custodiadas por varios patrulleros y eso nos puso en tensión.
Retomada la calma, volvimos a nuestros puestos que custodiamos hasta la mañana. La noche siguiente nos encontró otra vez en la sede de Smata para la tarea de autodefensa. Inmediatamente, salí presuroso a la terraza a ver a Simón y retomar la charla inconclusa. Ya no estaba. Lo busqué con ansiedad en todos los puestos sin encontrarlo. No lo volví a ver. Esa noche pasó sin ningun tipo de incidentes. Al día siguiente ya el Chancho Salamanca era proclamado nuevamente Secretario General del Smata Córdoba.
Tres meses después en una fracasada acción del ERP en Catamarca, el ejército fusila a dieciseis combatientes en Capilla del Rosario; siempre tuve la sensación de que Simón fue uno de ellos.

Gringotilo

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