Una piña soñada
Generalmente no recuerdo
nada de lo que sueño. Solo algunas sensaciones e imágenes difusas
que se me borran un par de minutos después de haberme despertado,
pero que alcanzan a probarme que invariablemente sueño todas las noches.
Me vienen a la memoria solo unos pocos en toda mi vida y la
percepción de la existencia de algunos efectos especiales que se
ponen en marcha en ellos; como por ejemplo que uno quiere correr por
alguna causa, generalmente huyendo, y las piernas estan pesadas y no
avanza ni un centimetro. O tira una trompada para defenderse de
alguien y la mano parece de lana. Así varios más.
Pero esa mañana recordé
mi sueño.
Estábamos en una especie
de subsuelo donde reinaba la penumbra. No se quienes éramos. Afuera
había mucha gente que protestaba, aparentemente enojada con
nosotros. Alguien me dijo que saliera a calmar los ánimos, así que
subí unos escalones que conducían a una gran abertura por donde
entraba la luminosidad del día. Iba munido de una caja con helados
para ofrecerles a los ofuscados presentes. Me introduje con mi caja
entre la multitud que me increpaba. Un morocho me insultó y le
contesté (lo recuerdo bien) “qué carajo me decis negro de mierda,
encima sos hincha de Talleres”. Me impactó lo agresivo y
discriminatorio de mi respuesta e inmediatamente me estaba
arrepintiendo de lo dicho y seguro de que ningun conocido se
enteraría de eso porque estaba soñando. ¿Puede ser que en un sueño
uno tenga la certeza de que está soñando? ¡Un psicólogo a la
izquierda por favor! Seguí con mis helados, y me encontré con un
energúmeno fortachón con un casco en la cabeza. El tipo se me
acercó provocándome mientras me pasaba un dedo untado en pintura
verde por mi cara. Fue cuando no soporté más y disparé un puñetazo
con mi mano derecha. A diferencia de otros sueños, mi mano no fue de
lana sino que impactó de llenó en la cabeza del sujeto con tal
fuerza que se desplomó. En ese mismo instante sentí un fuerte
grito de dolor que me sacó de la ensoñación y entre dormido y
despierto comprendí que le habia pegado furibunda trompada a mi
esposa que dormía a mi lado. Ellá también se había despertado
intempestivamente con un dolor tremendo en la mejilla cerca de su ojo
derecho sin saber qué había sucedido. “Estaba soñando mi amor
perdoname!” atine a decirle mientras la acariciaba sin saber más
que hacer. No me puteaba, ni se movía, solo se restregaba la
cara resignada. Después de un rato de mimos, y con la sensación de
que me odiaría por el resto de la vida o me denunciaría al Centro
de Asistencia Integral a la Mujer Maltratada, nos dispusimos a dormir
otra vez. A la mañana siguiente ella se levantó con el ojo hinchado
y ya bien despiertos volvimos a conversar el tema; le conté el sueño
y todo quedó en una anécdota risueña y en la promesa de venganza;
yo me quedé pensando en el fortachón del casco. ¡Qué linda piña
que le puse!
Alberto Hernández
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