Diario de la accidentada epopeya de recorrer Sudamérica. De como se frustró y otras desventuras

Capitulo VII
De como la cordillera se nos hizo hostil y sobrevivimos en el viaje de regreso. De como cargamos el tanque con agua bendita y pudimos llegar a nuestros hogares. Fin de viaje.

"Mendoza, 7 - 2 - 79. Al no hacer el viaje al norte decidimos aprovechar lo más posible la estadía en Chile y volver por Las Cuevas. O sea hacer el mismo camino que hicimos antes."
"Otra vez repetimos la experiencia de Santiago. Llegamos con el auto en las diez de últimas (...) Un viaje que se hace fácilmente en 6 horas, nosotros lo hicimos no tan fácilmente en 14 horas."
"En la subida por el lado chileno ( el Caracol ) no hubo problemas. Estos empezaron en la aduana. Como no teníamos plata chilena para pagar el peaje (como siempre el ratonismo) estuvimos un rato parados y el auto después no quiso arrancar. Siempre el mismo problema de carburación. Para poder hacerlo andar necesitamos 3 horas y media, tiempo en el cual Juan debe haber consumido tanta nafta que si le acercaban en ese instante un fósforo, hubiera explotado."
"De allí salimos a duras penas para parar 4 km mas adelante y esperar el turno de entrada al túnel. Alli se paró de nuevo mientras yo iba a pagar el peaje. Juan andaba en el suelo revolcándose y siempre chupando nafta para tratar de arrancarle aunque sea un sola explosión a esa cafetera. A todo esto estaba haciendo un frío de cagarse y empezaba a lloviznar ( en las cumbres estaba nevando). "
"Con la ayuda de un colectivero mendocino arreglamos el problema de carburación. Una pelotudez: la manguerita de la nafta estaba mas ahorcada que la economía argentina y rota; para colmo de esa manera la bomba chupaba aire."
"Ya estábamos listos para partir esperando que abrieran el túnel, cuando se trabó la llave de contacto y el volante quedó trabado (…)Esa fue la cagada porque sino se le hace un puente y listo, pero con el volante fijo adonde vamos. Menos mal que atrás nuestro estaba haciendo cola un cordobés - chileno que era mecánico. Entre todos (el mecánico, un mendocino que iba adelante y nosotros) hicimos bosta el contacto y destrabamos el volante. Antes de eso nos perdimos un turno para pasar el túnel."
"Yo ya estaba pensando en pasar la noche en Caracoles (así se llamaba la región fronteriza chilena que está cerca de Portillo) y ya me imaginaba escalando cerros, pero al resto de la tripulación no le hacia mucha gracia"
"Pasamos el túnel con un puente en el contacto y en un deplorable estado de carburación (estábamos todos – menos Juan – tomados de las manos y concentrados liberando energía mental apuntándole al carburador). Fueron 6 minutos interminables. Ese túnel es tétrico. Para colmo atrás (debía venir el mecánico) no venia nadie y la negrura se hacia espesa. Parecía una pesadilla. Que si yo hubiera sido más sugestionable con lo que pensaba y decía (así me hicieron callar), me hubiera cagado entero"

"Llegamos a la aduana casi bien. Eran como las 15:30 hs. No habiamos comido, estábamo
s cagados de frío y casi toda la tripulación consumida por los nervios. A mi me molestaba el estar sucio, nada más"
(Cómo no iba a ser así si yo no tenia que manejar, la nafta la tomaba toda Juan sin convidar ni un traguito y a los chicos los cuidaba Elba. Tenía un total descompromiso con las responsabilidades del viaje. De todas maneras yo cumplía con mi rol de entretener al grupo, y si no hubiera dedicado tiempo a mi diario no tendríamos hoy este documento valioso como testimonio de nuestra modesta epopeya.)

"En la aduan
a nos revisaron así nomás y pasó la radio que compraron Juan y Elba y quedamos listos para seguir el viaje. Marta y yo fuimos a comprar algo para comer con los pocos pesos argentinos que teníamos (otra vez sin plata!!) y como nos demoramos un poco, Juan y Elba casi se van en nervios. Ellos querían hacer rápido el tramo de la cordillera alta por el temor a la lluvia (cuando llueve se forman ríos que arrastran mucho material que cortan las rutas. Además son muy peligrosos los derrumbes)."
"Nuevamente en camino. Nosotros queríamos mantener la delantera al viejo mecánico (que era el último que venia de Chile ya que la frontera se cerró a las 6 de la tarde) porque si nos quedábamos él nos iba a sacar del apuro"
"En Las Cuevas estábamos a una altura de 3000 m. De allí hay innumerables subidas y bajadas con pendientes grandes. Teníamos 178 km a Mendoza y 60 y pico a Uspallata."
Iniciamos allí la última etapa de nuestro viaje. A medida que nos fuimos internando en la montaña bajo un clima riguroso y que el 404 se nos iba destartalando de a poco, se acrecentaron nuestros temores de no poder continuar viaje. La idea de morir congelados no nos agradaba demasiado. Yo pensaba en lo cómodas que debían haberle resultado las mulas a San Martin al lado de este cascajo. Al menos nuestros héroes se habían mentalizado y preparados para ello.
"Siempre el problema de la carburación. El auto empezó a tirar cada vez menos. en las subidas se cagaba y hacía un ruido que mamma mía."
"A partir de allí se empezó a "pegar" el acelerador. Cuando había que cambiar de marcha (muy frecuentemente por las subidas y bajadas) hacía un ruido tremendo. Cada tanto Juan tenía que parar a despegarlo. Antes de Uspallata lo esperamos al viejo que nos arregló el problema a medias."
"De Uspallata (aquí cambié plata y me afanaron en el cambio $ 7.500) en adelante fue una odisea. El auto parecía que iba a explotar en cualquier momento. Cuando pasaba de 70 el velocímetro se ve que quedaba trabado y hacia un ruido estridente que aturdía; la ventanilla de la puerta derecha estaba suelta y abajo y parecía que se rompía; las cuestas ya las subíamos en primera y al pasar las marchas, como el acelerador quedaba trabado, el estruendo era insoportable"
Cuando íbamos subiendo los últimos metros de las cuestas y parecía que el auto no llegaba, empezábamos todos a concentrarnos para lograr ser solo espíritu; para alcanzar la levedad; para no pesar ni un gramo. Hacíamos fuerza inclinados hacia adelante, con las manos crispadas sobre el respaldo del asiento o el tablero, empujando el auto con el corazón , que brincaba en el pecho y con lo ojos que se nos iban de las órbitas hacia adelante. La angustia se liberaba recién cuando llegábamos a la cima y el 404 lentamente iniciaba el camino de la bajada. Allí había que acelerar a fondo para tomar impulso y poder llegar a la cumbre de la próxima cuesta. Y fueron muchas y se sucedieron una tras otra sin darnos un respiro.
"A todo esto a raíz de la mala combustión, los vapores de la nafta nos tenían estúpidos. Yo que iba adelante estaba descompuesto y con los ojos irritados al mango. En fin yo no entendía como "eso" seguía andando. Para colmo la lluvia y el frío que entraban por esa ventanilla rota....Otra vez esperamos al viejo, siendo casi de noche nos puso el auto como para que andando despacito llegáramos a Mendoza. Hicimos 100 km en este estado. Ah !!, la cordillera estaba hermosa"
¡Que encantadora ironía! ¡Como para fijarnos en las bellezas naturales estábamos!. Ya cerca de Mendoza y con nuestro móvil en condiciones de llegar, decidimos de comun acuerdo esperar al viejo mecánico que tan solidario había estado con nosotros, para invitarlo a cenar, como muestra de nuestro agradecimiento. Asi que estacionamos en la banquina y parados al lado del auto esperamos unos cinco minutos hasta que vimos las luces de su vehículo. Agitamos los brazos, como varias veces lo hicimos durante el viaje y el muy cabrón no solo que no frenó sino que aceleró y se perdió en la oscuridad de la noche. Imagino que habrá pensado " otra vez estos cordobeses hinchapelotas, ya los ayudé bastante, ahora estan cerca, que se arreglen solos". O tal vez no nos vio. Nos quedará siempre la duda.
"En Mendoza se nos paró el auto en medio de la Av. San Martín, pero eso no tuvo nada de emocionante". No hay dudas que, comparando con las viscitudes vividas en la montaña, empujar el auto era hasta casi divertido.
"Estamos de nuevo en la casa del cura. Con buena suerte pudimos parar acá porque si hubiéramos parado en hotel se nos hubieran ido varios palos". En la parroquia del pícaro curita, comimos y bebimos el santo vino, pasamos la noche y al día siguiente llevamos el destartalado 404 al taller que ya lo había reparado a la ida. Lo puso en condiciones para hacer los 700 km hasta Córdoba y con las bendiciones del cura partimos. Todo pasó sin sobresaltos y llegamos a nuestros hogares muy cansados pero sanos y salvos.
Así es como culmina esta historia de un intento de viaje por Sudamérica, que no pasó mas allá de Viña del Mar pero que nos sacudió a todos de tal manera que no volvimos a ser los mismos. A Juan y Elba, que seguían al pie de la letra a Paulo Freire para educar a sus hijos, los encontré un tiempo después usando sus pesadas obras completas para arrojárselas por la cabeza cada vez que se portaban mal. Yo empecé mi corta carrera de periodista que definitivamente hizo nacer mi pasión por escribir y tres meses después con Marta hicimos los deberes para concebir a nuestra única hija. Nos mudamos de casa, compramos una renoleta vieja, aprendi a manejar. y se me hizo costumbre empujarla para que arranque.
Gringotilo

Comentarios

Anónimo dijo…
que buena historia, te escribo de Chile, lei el capitulo 1 y de ahi encontre el capitulo 7 pero donde esta la odisea desde que salen de Cordoba??, no la encuentro, ojala me des el link, saludos desde el otro lado del cerro
Alberto dijo…
Te cuento que publiqué el libro con esta historia y otras. Si te interesa "El viaje y otros relatos setentistas" lo podes adquirir desde la página web de la editorial en formato papel o e-book: www.tintalibre.com.ar
Saludos afectuosos

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