El taller de Turi
De las tantas
ocupaciones y experiencias que tuve en mi vida juvenil, la que nunca se me pasó
por la cabeza es la de ser actor.
¡Corten! Va de
nuevo. Todos a sus puestos. Decía con voz potente el director de la película.
Fue cuando el que oficiaba de mozo procedió a retirar los chorizos de los
platos y yo que representaba a uno de los invitados a ese casamiento de campo,
me quedé con las ganas de embuchármelo.
“Netri, el
mártir de Alcorta”, fue mi primera y última película; aparecí unos segundos,
pero me sirvió para amenizar varias reuniones con la historia del rodaje que
cada vez que la contaba venía corregida y aumentada. Fue un proyecto llevado a
cabo a pulmón por “Cinematografía Agraria”, una cooperativa de vecinos de
Argüello, que confiaban ciegamente en el emprendedor Juan Ginés Muñoz Digiorgi,
director, productor, guionista y tutti cuanti de la película. Sus hijos eran
los actores principales junto a algunos más de la comedia cordobesa; vecinos,
amigos y parientes oficiaban de extras.
Llegué al taller
de Turi sin la pretensión de ganar un peso. Solo quería aprender a soldar y
nutrirme de alguna experiencia tallerista para poder rendir en una fábrica y
proletarizarme. No recuerdo quien fue el que hizo el enlace, pero al final un
día me presenté en el galponcito donde funcionaba la herrería. Turi es, y lo
era por aquellos años, un gringo no muy alto, de fuerte contextura, cara rectangular,
con un mentón firme que denotaba decisión y unos ojos claros que transmitían
transparencia. Se portó como un gran compañero. El taller era humilde;
funcionaba en una pequeña habitación con techo de chapa que debió,
antiguamente, haber oficiado de garage. Con un tinglado hacia el costado,
también de chapa, bajo el cual había una vieja fragua, toda una reliquia. El
taller se encontraba en el amplio patio de tierra de la vieja casona de los
Muñoz. Tenía solo lo indispensable: soldadoras eléctrica y autógena, amoladora,
perforadora, morsa y demás herramientas propias de cualquier otro. La
instalación eléctrica era tan precaria que era cosa de casi todos los dias,
recibir una patada o quedarse pegado. El trabajo no abundaba por lo que buena
parte de la actividad era salir a buscarlo; para eso estaban un prototipo
casero con motor de dos tiempos y una poderosa Gilera 300 que llegué a
pilotear. Aunque el Turi tenía que laburar para juntar los mangos que
necesitaba su familia para vivir, no dejaba de enseñarme y de darme cada vez
más responsabilidades para sacarme bueno, aunque me mandara algún
macanazo; hasta llegué a sacar unos pesos. Hacíamos herrería de obra, pero la
audacia y la necesidad nos llevaba a hacer cualquier cosa. Una vez fabricamos
unos ceniceros con planchuelas soldadas que quedaron muy lindos y los ofrecimos
como regalos empresariales de fin de año. Otra vez se arriesgó con el auto de
un conocido para hacerle chapa y pintura. Con el auto a la intemperie porque no
había lugar para guardarlo comenzamos la tarea, yo siempre como peón ayudante.
Lo lijábamos, lo pintábamos y le salían globitos por todos lados. Volvíamos a
lijarlo y a pintarlo y nuevamente se levantaba la pintura. Así por meses. Ahí
quedó el auto del amigo, con las ruedas en llanta y con la pintura saltada. No
sé cómo habrá arreglado después el asunto, ya que me tocó por esos días partir
hacia mi proletarización. Aprendí a soldar algo con la eléctrica, aunque nunca
pude hacer una buena costura. Como a la chapa del 18 o 20 es difícil coserla,
le hacíamos puntos sin ponernos máscara, simplemente cerrando los ojos cuando
se venía el fogonazo. Al final del día solía tener los párpados y los ojos
ardidos y un fuerte dolor de cabeza. Fueron días de mucho compañerismo, trabajo
solidario, aprendizaje y discusiones políticas. Un día me saludó y sin mucho
preámbulo me preguntó si quería trabajar de extra en una escena de la película
que estaba haciendo su viejo. Sin pensarlo dos veces porque no podía negarme a
su pedido y porque, debo reconocer que no pude resistir a la tentación de
quedar inmortalizado en un filme, acepté. Yo tenía que representar a un gringo
del campo, inmigrante como aquellos que poblaron el país y con su esfuerzo
contribuyeron a construirlo, y que en Alcorta lanzaron aquél grito histórico
contra la voracidad y la inescrupulosidad de la oligarquía terrateniente. Se
casaba una pareja de la colectividad y mi personaje estaba invitado. Fuimos al
casorio con Turi en la Gilera; él representaba papeles más importantes en el
filme. La escena se desarrollaba en el patio profusamente arbolado de una finca
de las afueras de Córdoba. Apenas llegué me vistieron y maquillaron.
Oscurecieron un poco mi cara y me hicieron la marca del sombrero que queda como
consecuencia del golpe del sol jornada tras jornada en la duro laboreo en el
campo. Un traje oscuro, camisa y corbata, unos zapatos acordonados negros, sin
medias (no había más y además no se veían) fue mi atuendo. Con mis bigotes,
propios, no de utilería, hacía un perfecto gringo cooperativista. En esa época
comíamos salteado, así que no desperdiciaba oportunidad de hincarle el diente
cuando tenía comida delante. ¡Luz, cámara, acción! Y entró el mozo con una
bandeja de chorizos para servirnos a todos los que oficiábamos de comensales.
Por allá estaban los novios; Netri y otros personajes más importantes
conversaban bajo unos árboles. Cuando “mi” chorizo estaba en el plato y quise
empezar a comer, se escuchó el corten , va de nuevo, del detallista Ginés
Muñoz. Retiraron todos los embutidos. Luego de una serie de indicaciones
arrancamos de nuevo. Con mi plato servido por segunda vez me dispuse a
engullírmelo sin más trámite, pero el director fue más rápido: ¡corten, va de
nuevo! Y yo con saliva en la boca y el jugo gástrico ya desbordando mi estómago.
Finalmente la tercera fue la vencida y pude sacarme las ganas. Luego vinieron
los brindis, el baile y la despedida de los novios que se escapaban en un
sulky. Debo haber hecho un buen comensal, porque me hicieron un primer plano
muy destacado como para potenciar mi carrera actoral; lástima que lo descubrí
recién treinta años después cuando pude ver la película.
"Netri el mártir
de Alcorta" , hecha con el corazón, con mucha pasión pero sin un mango y
artesanal resolución técnica, no fue una gran película, ni siquiera
medianamente buena; pasó sin pena ni gloria por alguna sala cinematográfica del
país, pero es (lo sigue siendo) el testimonio de una gesta histórica de nuestro
pueblo y sobre todo la expresión de resistencia, de un puñado de gentes con convicciones,
a una dictadura que venía por todos nosotros.
Con mi
currículum de incipiente actor y mediocre soldador, decidí, un tiempo después,
que era el momento de partir hacia mi destino proletario. Ese tiempo en el
taller del Turi, breve como todos nuestros tiempos en aquellos años, fue
inolvidable y sirvió para que superara mi torpeza operaria, descubrirme en
otras facetas y ganar un nuevo amigo y compañero.
Finalmente pude
entrar en fábrica, más por suerte que por mi pericia, pero eso es material de otra
historia.
Gringotilo
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