Cosa seria ir al dentista

A las quince y treinta llegué puntualmente al consultorio del dentista para hacerme la limpieza de mi abandonada dentadura. Unos pocos minutos después estaba recostado en el sillón.
- Mi amigo - dijo el dentista con la voz amortiguada por el barbijo- esto no le va a doler porque funciona por radiofrecuencia, de todas maneras si siente algo me avisa.
Encendió la lámpara que encandilaba como si fueran a interrogarme los servicios secretos del Mossad. Hizo abrir mi boca bien grande colocando en ella el extractor de saliva. Al instante comenzó su trabajo con una varilla metálica que tenía un espejito en su extremo y el aparatito limpiador que comenzó a incursionar por los rincones de mis incisivos, caninos, premolares y molares. Allí estaba, tragando saliva, quietito, soportando dócilmente su monótono zumbido y el monocorde gorjeo del salivador, tratando de mantener la boca abierta. Me concentré en los paralelos tubos fluorescentes del techo. Mi mente viajaba al garete por todos los vericuetos de mi cerebro. Pasaban de una punta a la otra de los tubos como si fueran una avenida de doble mano: cada uno de los preparativos del viaje, los arreglos de la casa, el asado del domingo, los problemas del país, los del municipio, lo que tenía que decirle a mis hijos....Las imágenes circulaban velozmente y se entremezclaban. Fue cuando pasó ese chiste y se detuvo llamándome la atención. Contuve la risa en mi estómago con repetidas contracciones hasta que no pude soportar más y, como una erupción, solté una formidable carcajada que sobresalto al profesional, haciendo volar de sus manos espejito y aparato que fueron a golpear contra el monitor de la computadora. Pero tal como un volcán, la estruendosa risotada echó afuera violentamente, junto con el extractor de saliva, todos los líquidos acopiados en mi boca, bañando la cara del dentista.
- ¿Qué le pasoooó? - me dijo sorprendido y asustado.
- Discúlpeme -balbuceaba yo todavía tentado por la risa - Es que me acordé del chiste ese (interrumpía por la risa y escupía), de ese chiste del coso que va al dentista con la bocina y la aprieta haciéndola sonar una o dos veces según le doliera más o menos (y otra vez la risa a boca llena).
Me miró con una cara que denotaba todo su fastidio y murmuró: Sí, hay muchos chistes sobre dentistas ¿Podemos seguir señor? Contesté afirmativamente tratando de ponerme serio. Recogió sus herramientas de trabajo, volvió a poner todo en mi boca y con la voz amortiguada por el barbijo me ordenó que pensara en el precio de la carne, de la yerba, o mejor en algún violador serial que recordara.

Alberto Hernández

Comentarios

Mar Picado dijo…
Estoy rièndome. Me encantò.

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