Sicarios


Me acosté temprano. Le dí el beso las buenas noches a mi compañera Diomar y me volteé para mi lado; bien para el borde de la cama porque tenemos conflictos térmicos corporales importantes; por esa razón todas las noches me saco de encima dos o tres mantas y las paso del lado de ella que es friolenta. Siempre me costó conciliar el sueño. Comienzo a dar vueltas para un lado y otro intentando pensar, con cierta dificultad, en cosas agradables (nunca me funcionó lo de las ovejas). Estaba en eso cuando sentí el chirriar de la puerta de entrada que se encuentra en el primer piso (planta baja para los argentinos); luego pasos. Diomar se sobresalto y también prestó atención. ¿Quién podría ser a esta hora si todos en la casa dormían?
Inmediatamente se escucharon pasos en la escalera que conduce a los dormitorios y más pasos sobre el piso de madera que rechinaba. En mi vertiginosa asociación de imágenes pensé lo peor: sicarios que venían por mí. ¿Porqué me buscarían? ¿El ex marido despechado? ¿Podrían haber molestado algunos artículos que escribí sobre Colombia? ¿Ofendí de alguna forma a alguien del barrio? Cualquier cosa podría ser.
Uno de los trabajos informales que abundan por aquí, tanto como los innumerables puestos callejeros de comida, es el de sicario. En Gaira, barrio de mala reputación de Santa Marta, donde estuvimos alojados para vacacionar más barato, un sicario mató por unos pesos a un pobre diablo que vivía a un par de cuadras de donde estábamos. Me quedó una muy fea impresión. Todos los dias hay noticias sobre el accionar de estos individuos. Asesinatos por encargo desde el que ofendió a otro en una discusión callejera, por una deuda o engaño amoroso, hasta un político, juez o empresario. La diferencia de logística y pericia de los ejecutantes depende de cuanto se pague.
¿Quién podría pagar para que me mataran?. Empecé rápidamente a pensar como actuar. Instintivamente baje la mano y tanteé el borde inferior de la cama y constaté que podría deslizarme rápidamente por allí.
Los pasos sobre el piso de madera resonaban con más fuerza. Mis pensamientos giraban enloquecidamente como un cóctel de películas policiales.
Intempestivamente se abrió la puerta y una sombra comenzó a dispararme. Yo me retorcía mientras las balas impactaban en mi cuerpo. La sangre manaba abundantemente de mis heridas. Supongo que me dieron por muerto y tan velozmente como entraron se retiraron. Diomar gritaba pidiendo auxilio. Perdí el conocimiento y desperté en una cama de hospital; entre una niebla espesa veía, como en una pesadilla, tubos que salían o entraban en mi cuerpo y personas con barbijos que se movían y murmuraban. Nuevamente me desvanecí.
Los pasos sonaban cada vez más cerca.
Se abrió violentamente la puerta, comenzando la balacera en el instante en que me deslizaba ágilmente debajo de la cama. Los individuos, seguramente por la premura, se agacharon haciendo solo un par de disparos a ras del piso, que me produjeron heridas leves, yéndose rápidamente. "Zafé" - pensé.
Las pisadas llegaron hasta nuestro dormitorio.
La puerta se abrió y se encendió la luz. Entraron hombres uniformados y fuertemente armados. Dijeron mi nombre y me indicaron que tenían una orden para arrestarme; que debían llevarme. Diomar me hizo una seña imperceptible advirtiéndome que no eran policías."Sicarios" - pensé, mientras iba pergeñando algún plan. Me vestí y salí. Alcancé a ver cuatro hombres; uno venía detrás mío y los otros tres flanqueaban el acceso a la escalera. Lo decidí en un segundo; ya que iban a matarme no tenía nada que perder. Tomé, en un rápido movimiento, el cañón del arma del que me apuntaba y lo arrastré contra los otros haciéndolos rodar escaleras abajo. En un par de zancadas superé los escalones que me llevaban a la terraza corriendo en un rápido movimiento el cerrojo de la puerta de chapa; sentí entonces estampidos e impactos de varios balazos muy cerca mio. Cerré la puerta y la atoré con un gran tronco que sirve de asiento, dirigiéndome hacia la tapia vecina que no me costó trepar porque es de baja altura. Seguí por la terraza contigua deslizándome hacia un balcón de una casa más allá.; ahí, con el corazón que se me salía del pecho, me oculté detrás de un enorme macetón en el que crecía una espesa mata de uchuva. Acurrucado y temblando escuchaba los gritos, los ruidos de las botas y de las armas. Se acercaban. En un momento vi a uno que saltó al balcón. Como si hubiera sido entrenado por años para esto, salté como un resorte y con una fuerza que me sorprendió lo empuje por encima de la baranda. El tipo cayó pesadamente en el jardín de la vivienda. El grito y el ruido alertó a los otros que vinieron rápìdamente. Tomados por sorpresa no pudieron evitar mi arremetida y fueron a reunirse con al anterior. La caída debió haber sido fatal porque sus cuerpos estaban inmóviles. Pero faltaba uno. Aguzando la vista, conseguí distinguir su silueta en medio de la neblinosa noche. Estaba apoyado en la tapia tratando de ver qué cosa podría haberles pasado a sus compañeros, pero se veía que no se animaba a seguirlos. Trepé unos techos vecinos para dar un rodeo. Conseguí ganar la terraza quedando justo detrás del hombre. Sin pensarlo mucho, con una gran piedra, lo golpeé fuertemente en la nuca varias veces hasta que sentí que el arma caía de su mano. Lo sostuve con esfuerzo y lentamente comencé a izarlo para arrojarlo luego al jardín vecino. Detrás de él fue su arma. No quería dejar ningún rastro en la casa.
Cansado, agitado, pero ya más tranquilo, busqué la escalera, cerré con el cerrojo la puerta de chapa y bajé lentamente. Allí estaban todos sobresaltados. "Ya está, ya pasó todo, vayamos a descansar" dije posando como Sylvester Stallone.
De nuevo las vueltas en la cama y el traspaso de las cobijas. Los pasos dejaron de sonar sobre los viejos pisos de madera. Se hizo el silencio. Empecé a sentir la lluvia sobre el ventanal. Mi mente volvió sobre los días en Santa Marta y su verde y sereno mar. Lentamente me fue ganando una agradable sensación de modorra y me dormí.

Gringotilo

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