Cosa ‘e Mandinga


Hace algo así como un cuarto de siglo, cuando había ido a Jujuy como Secretario de Organización del Comité Nacional del PI, Roberto, compañero intransigente de la provincia y a la sazón también integrante de dicho organismo, me sacó a dar la vuelta del perro, después de la reunión, para que no me volviera sin conocer algo de la ciudad de San Salvador. Mientras me explicaba de que se trataba cada edificio, plaza o sobre las actividades y costumbres, me contaba sobre las bellezas naturales de la provincia y por lo cual debería volver, ya sin compromisos políticos para disfrutarla. Entre los sitios que me mencionó, me dejó intrigado uno donde, según él, la ruta subía pero el auto bajaba y a la inversa cuando uno pensaba que bajaba, en realidad subía. Confieso que en ese momento no le tuve mucha fé al relato y pensé que se trataba de una exageración del cumpa. No obstante nunca me olvidé de ese lugar supuestamente mágico.
En estos días volví a Jujuy en tren de paseo y me reencontré con Roberto. De más está decir la alegría de volver a vernos después de tanto tiempo y de pasar casi dos días completos con mi pareja y él como chofer y anfitrión, recorriendo un montón de bellísimos sitios de esa provincia cargada de historia patria. En el primer día le tocó a la Quebrada de Humahuaca desde Purmamarca y su cerro Siete Colores, hasta Humahuaca con su imponente monumento a los héores de la independencia, en el que se homenajea a los hombres y mujeres que resistieron la conquista y defendieron la frontera norte de las incursiones realistas, a las órdenes de Martín Miguel de Güemes. En la ruta, franqueados por los bellísimos paisajes de la quebrada con sus cerros multicolores y sus vigilantes cardones florecidos, pasamos por Maimará, Tilcara y su Pucará y Uquía y su bella iglesia de San Francisco de Paula, donde nos aprovisionamos de recipientes cerámicos artesanales de diversos tamaños.
El segundo día fue para ver los diques y recorrer los valles. Almorzamos en un poblado restaurante frente al Dique de la Ciénaga, después de haber pasado por el de los Alisos y la localidad de El Carmen. Después de ver a mis compañeros de viaje degustar unos frescos pejerreyes preparados de diversas formas, de los que me vi privado por mi alergia, y sacarnos infaltables fotografías, seguimos viaje al dique de las Maderas y pegamos la vuelta para ir a las Termas de Reyes. Cuando salíamos de ahi, me vino sorpresivamente a la memoria:
-¿Te acordás Roberto que aquélla vez que vine me comentaste de ese lugar donde uno bajaba pero en realidad subía y viceversa? Cada tanto en estos años me volvió a la mente y me decía cuando vuelva a Jujuy quiero verlo.
-Cierto, vamos a cambiar de programa y vamos para allá- me dijo sin evasivas mi antiguo compañero.
Volvimos para San Salvador, nos tomamos un breve descanso y seguimos viaje, esta vez para la región de las Yungas con destino a San Pedro por el camino viejo, ya en desuso, olvidado y deteriorado. Pasamos el Hotel Alto de la Viña, el Centro Forestal a nuestra izquierda, Carahunco y enseguida comenzamos la subida adentrándonos en la selva. Después de andar un rato subiendo la cuesta por curvas, baches y contracurvas, rodeados de verde y tupida espesura, llegamos a un punto, en la zona de Las Lajitas, donde un santuario, el único sobre ese camino, deja un espacio justo para que un vehiculo pueda girar.
- Ya me cansé, hasta acá llegamos- dijo Roberto ante mi desilusión de pensar que no había encontrado el sitio.
Pegó la vuelta con el vehículo y volvimos a ir cuesta abajo. Habremos hecho unos treinta metros cuando paró el auto y lo dejó en punto muerto.
-Fíjense. Ustedes vieron que venimos bajando ¿no? Bueno vean.
El auto en punto muerto empezó a moverse lentamente para atrás ¡en subida! Desandó los treinta metros y se detuvo. Volvimos marcha atrás sin problemas ya que circula un auto cada tanto por ese camino así que estábamos solos.
-Y si echamos un poco de agua en la ruta -nos explicaba Roberto que ya había hecho el experimento- el agua corre ¡hacia arriba! Lo volvimos a hacer un par de veces para convencernos. Son solo treinta metros. Pero nos dieron vuelta la cabeza. ¡Cosa ‘e Mandinga! ¿ilusión óptica? Es lo más probable. ¿efecto magnetico? Nadie lo investigó -dijo Roberto-y ahora ya está casi olvidado el lugar. ¿Magia ancestral o milagro de la virgen del santuario? En eso creo poco.
Volvimos a retomar la ruta para San Pedro, el Ingenio Río Grande, La Mendieta y retornamos a San Salvador de Jujuy, con la mente atosigada de preguntas y con la ansiedad de contar lo experimentado.
Por eso, si van a Jujuy, disfruten de las bellezas de una provincia sorprendente, pero no se pierdan de esos treinta metros mágicos.

Alberto Hernández

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