La ruta de los afectos
¿Sabes lo que hace que desaparezca la cárcel? Cada afecto genuino y profundo. Ser amigo, hermano, amante, es lo que nos libera de la prisión. Sin estos afectos, uno está muerto. Pero cada vez que se reviven estos afectos, la vida renace"
Vincent Van Gogh
A poco más de dos meses de haber retornado, todavía no consigo
reubicarme en una Córdoba que me resulta inhóspita y extraña, provocándome
sensaciones que contrastan y confrontan con la carga emotiva que traje en mi
mochila. Cuando llegué a la estación terminal de la Ruta de los Afectos,
la misma de la cual partía 83 días antes, habían sido 45 hs y 40.000 km
recorridos en avión; 36 hs, 22 min y 3.200 km en tren; 33 hs y 1.990 km en
auto; entre 15 y 20 hs y algo más de 130 km en metro; 18 hs y 800 km en buses;
6hs, 16 min y 63 km en barco y algo así como 400 hs y 1.100 km sobre mis
maltratados pies. Debo apuntar también para completar los datos estadísticos
las mas de 40 hs de aguante en los aeropuertos.
Desde mi partida de Roma luego de compartir con mi hija su
cumpleaños y su vida, se sucedieron en mi improvisada ruta: Elche, Madrid,
Barcelona, París, Venecia, Verona, Turín, Nápoles, nuevamente Roma, Trápani y
el retorno a Elche para celebrar con mi hermana, el otro cumpleaños que me
retuvo en Europa. También hay que poner en la lista las visitas a Toledo,
Ávila, Segovia, Granada, Blanes. las islas de Venecia (Tronchetta, Sacca
Fisola, Giudecca, San Giorgio Magiore, Lido, Sabbiani, Murano, Burano) y la
prolija y moderna Mestre (con el perdón de la palabra); también la Pompeya del
omnipresente Vesubio y Favignana y Levanzon, islas de Trápani, la misteriosa y
feudal Erice escondida más allá de las nubes y los bellísimos y pintorescos
paisajes que me regalaron los viajes por tierra y aire de España, Italia y
Francia. Pero estos datos estadísticos al igual que las más de seis mil fotos y
videos, sin contar las que perdí y las que deseché por sobrepasar el umbral de
lo fulero, no son capaces de dar cuenta de la intensidad del cariño y la
amistad de quienes fueron los que proveyeron de combustible mi máquina de andar
caminos.
Silvia, Simone y Roma
Los más de quince días compartidos con mi hija Silvia, cuyo
cumpleaños fue el motivo inicial y principal de mi viaje, han sido de los más
reconfortantes y plenos de amor filial de cuantos haya pasado con ella desde su
niñez. Su pareja, el inefable y vegano (ma non troppo) Simone, se portó como si
nos conociéramos de años y al que le correspondí haciendo gala de mis dotes
culinarias (¿que tal esas cotolettas de melanzane y las lasañas de
berenjenas?). Con la mia figlia disfruté sus ensayos con la
italo-argentina banda Suerte Maula y la Orchestra di Musica
Tradizionale, de repertorio internacional y sus clases de percusión.
Constaté que, como Gardel, cada día canta mejor y que ha encontrado su lugar en
el mundo. Con ella descubrí su vida cotidiana, su hábitat y sus amigos y, como
no podía ser de otra manera, la de la eterna Roma, donde la historia está
presente en cada rincón y uno transita sus calles flanqueado por César, Marco
Antonio o Espartaco y en una esquina cualquiera te podés encontrar con algún
gladiador perdido preguntando que bondi lo deja en el Coliseo, el
senador equino de Calígula o hasta el encendedor de Nerón; un ladrón de
bicicletas, a Marcello y la Eckberg en la Fontana Di Trevi; Gassman,
Sofía y toda la magia de Cinecittá. Toqué timbre en el Vaticano
preguntando por Francisco pero un guardia disfrazado de arlequín me dijo que
había salido a dar un yiro por México, me caminé de largo a largo el caudaloso
Tévere, y cada cuadra del mágico Trastévere y su interminable
mercado de pulgas de los domingos, e hice habitual la compra de mis provisiones
en el vecino y diversificado mercado de Testaccio. Admiré Roma junto a mi hija, desde el Paseo
Gianicolo y desde la Plaza España; también con ella -felices-
caminamos buen trecho de la lunga Via Appia Antica y nos perdimos
por los mil senderos y el verde paisaje del Parco della Caffarella.
No tuve oportunidad de comprobar si todos los caminos conducen a
Roma, pero si sé que hay uno que me llevará de nuevo.
Ana, Juli y familia y Elche
Lo mismo sucedió con Ana, mi hermana, a la que empecé a conocer a
partir de su partida con Juli, su esposo, de la Mar del Plata de nuestra niñez
y adolescencia en busca de mejores oportunidades. Ellos y sus hijos, María
Laura, Nicolás, Marcela y los cariñosamente etcéteras Félix, Loly y Pepe, me
prodigaron tanto afecto y atenciones como no había recibido desde hacía tiempo.
También su cumpleaños determinó que alterara mi plan de viaje y lo extendiera
más de lo que inicialmente había previsto, haciéndome retornar un par de veces
a la Elche de los palmerales, patrimonio de la humanidad y donde
por primera vez vi el Mediterráneo desde el mirador de Santa Pola. Con
ellos presentí en Toledo, con su Alcázar y su Tajo, el espíritu
desfacedor de entuertos del caballero de la triste figura, y admiré la
imponente muralla de Ávila, donde también probamos su famoso chuletón,
la inigualable muestra del genio romano en el acueducto de la nevada Segovia,
donde gambeteé su cochinillo y opté por un sabroso rabo de buey;
por fin la increíble belleza de los arabescos moros de la Alhambra de Granada
donde nos matamos con un solomillo de cerdo con coliflor y papas al
cardamomo en los Jardines de un tocayo mío.
No puedo dejar fuera del balance los ¿querés un vinito? de mi
cuñado al volver del laburo y las atenciones culinarias de mi hermana, que con
la morfimáquina (esa que le metes los ingredientes, la programás, te sale todo
listo, te sirve en la mesa, te pone la servilleta y... ¡ole!) o sin ella
siempre preparaba algo para agasajar nuestros demandantes aparatos digestivos.
Volveré a Elche dije y volví.
Pocho, Rafa, Vasco, Jorge y Madrid
De allí, los amigos orientaron mi andar hacia Madrid, a donde llegué
volando sobre los rieles en un
superveloz AVE que me depositó en la trágica Atocha, gemela
cambiada de la porteña Retiro, (según Pocho, amigo, anfitrión y guía).
Le dicen Villa y Corte, la percibí como una ciudad polifacética,
multicultural, paradojal, donde se respira el poder de la realeza y su sello
colonialista pero es gobernada por esa izquierda sui generis surgida en España
en estos años; donde “todo funciona” al decir del Cabezón Flores,
que de esa forma argumenta el haber quedado atrapado en ella desde que lo
obligó el exilio, después de la cárcel.
Con los amigos, algunos cumpas de los setenta, exiliados por obligación o por
opción, los encuentros fueron cálidos y nostalgiosos permitiéndonos profundizar
los lazos afectivos y salvar los baches que el tiempo y la distancia nos abre
en las relaciones. Pocho González y Alejandra, su flaca, me recibieron
en su casa de las afueras de Madrid, como uno más de la familia. Abundaron los
vinos, las picadas y hasta un buen asado criollo. No pudimos escapar a la
afición futbolera y compartimos frente a la tele los partidos de Instituto,
Belgrano, el Barsa y algunos otros, como así también videos de viejos tiempos.
¡No podés dejar de sacarte una foto frente al Tío Pepe! Me decía el
Pocho mientras gatillaba la cámara en la primera visita que hice a la Puerta
del Sol y ahí salí retratado con el famoso cartel a mis espaldas que ofrece sol
de Andalucía embotellado ¡Otra con el oso! Y clic, la Real Casa
de Correos clic, estaban manifestando los de Podemos y también
clic, el
Museo del Jamón, que me hizo agua la boca, clic, La Posada del
Peine (que me vino al pelo) clic, el Bernabeu clic, clic, clic.
Finalmente tuve que escabullirme un poco de semejante abrazo para poder conocer
un poco de Madrid y ver a los demás.
Así anduve, entre otros muchos lugares, por el Palacio Real,
la calle de Alcalá donde gente viene y gente va y que me llevó hasta la
plaza de Cibeles, el Museo del Prado al que no entré, el Reina
Sofía donde sí entré, el Lavapies tupido de inmigrantes y el
maravilloso Parque del Retiro con sus stiimponentes monumentos, su
palacio de cristal y sus pavos, que como no podía ser de otra manera son reales
también.
Encontrarme con el Vasco después de...¿35, 40 años? ...fue muy
emotivo. ¿Nos vimos en la primera Trastienda, en Palermo Viejo, durante
la dictadura y antes de que se fuera? Es cierto que hace una punta de años nos
descubrimos las canas, la calvicie y las arrugas por la camarita del video del
Skype y que siempre tuvimos contacto epistolar, pero no es lo mismo que
abrazarse y sentirse el aliento que impregna las palabras. Por supuesto que
recorrimos las respectivas trayectorias de vida de estos largos años. “Estoy
militando como en los 70” me dijo cuando lo hablé para encontrarnos. Gran tipo
Alberto Azcárate al que llamábamos Vasco. Con él y su agradable compañera
pasamos breves pero intensos y reconfortantes momentos en su pequeño, pero
cálido, departamento frente al Reina Sofía, guardián del Guernica que me dejó
enmudecido. El fenómeno de la nueva izquierda española los atrapó fuertemente.
Igual pasó con Jorge Napal, (nombre de bomba, diría el Pocho) otro cumpa
atraído por Podemos y el fenómeno de los indignados, pero que ya estaba
organizando todo para venirse. A Jorge lo vi mas seguido porque cuando viene a
Córdoba, no puede escaparle al imán de las reuniones nuestras para discutir con
pasión sobre la realidad política y social. Su casa también fue abierta para mi
y me permitió conocer su afición musical y tanguera, que comparte con el Rafa
Flores y que los junta a menudo en una milonga que también nos convocó una
noche. El Pocho y yo, pataduras para esos menesteres, mirábamos y sacábamos el
cuero a los bailarines que se floreaban. Quise juntarlos a todos, que viviendo
allá no se conocían o no se veían. El lugar elegido era la casa del Rafa,
en pleno centro histórico de Madrid. Una especie de pequeño loft, en un viejo
edificio, que él restauró con manos propias, con buen gusto y confort que
incluye hasta loza radiante, que huele a libro y tango y donde su prolífica
actividad literaria y tanguera se pone en evidencia en cada recoveco. A la cita
falló el Vasco “por sus tareas militantes”, pero no impidió que fuéramos a
degustar un par de platos madrileños en un restaurante donde el Cabezón jugaba de
local. Hubo brindis, fotos (que todavía no integran mi colección), y promesas
de volver a vernos y que pienso cumplir. Para despedida, la llegada de Julio
Rojo y su compañera, de Palma de Mallorca, nos reunió, en un coqueto
restaurante donde degustamos junto con el Pocho un delicioso y abundante cocido
madrileño, regado por un excelente vino tinto riojano. También me falta esa
foto. Y también me faltó la visita a Palma comprometida con mi primo Julio y el
compañero tocayo. Al decir del Chango Rodríguez, tuve que hacer un alto por un
toro mañero, en Trápani, donde debí quedarme más de lo programado. Al día
siguiente, con el cocido en el gaznate, nuevamente orienté la proa a Elche,
fecha comprometida para ir con mi hermana y familia a Granada.
Cumplida esa infaltable escala, ¡apa! Arriba del tren rumbo a
Barcelona.
Santi, Mari, Tito, Cristina, Chirola, Teresa, Barcelona y Blanes
¡Qué ciudad! Prolija, planificada, amigable, combativa, republicana
en definitiva. Es una babel, donde el turismo se mezcla con la inmigración y
una multiplicidad de lenguas tupen el aire y el catalán está en todos los
carteles y regularmente en las conversaciones, que solo por gentileza o
necesidad se hacen en castellano. Con una red de subtes impresionante que te
llevan a los cerros o al mar en pocos minutos, donde no hay una sola bandera de
España y la impronta de la arquitectura revolucionaria de Gaudí está en
cada rincón. En un bar frente a la plaza de la universidad, me encontré, fruto
de la improvisación de mi viaje, con mi hijo Santiago y Mari, novio y novia,
que habían llegado de paseo a Europa. Con ellos compartí, gaudinamente
la visita al Parque Güell y luego cada cual por su camino: ellos para
París y yo a esperar a Tito y Cristina que volvían de Argentina. De mi hostel
frente a la Estación França, frente a la coqueta y playera Barceloneta
y en medio del Barrio Gótico, me mudé a la casa de mis viejos amigos. Me
iba a quedar cuatro o cinco días y me quedé quince. Fueron muchas mañanas de
mate, noches de buen vino español y no pocos almuerzos donde degustamos algunas
de las delicias que el gastronómico emprendimiento familiar, que reemplazó a
la, venida a menos, porcelana fría,
tiene para su clientela. Política, amigos, comidas, recuerdos, familia,
fueron los temas que casi agotamos en esos días, alternados por unos pocos
paseos compartidos, por la pata renga de Tito que competía con la mía a la que
todavía le faltaba un trecho de martirio y que me llevó de urgencia, apenas
llegué, a ponerme en manos de los matasanos. Tito, Cristina y sus hijos, fueron
otro punto alto en la curva afectiva del viaje.
Contabilizo también dentro del balance, el haber marchado codo a
codo con los miles de catalanes que manifestaron por las calles de Barceloneta,
contra las políticas de la Comunidad Europea hacia los refugiados y el
encuentro de afirmación de la memoria histórica argentina que el nieto
recuperado Martín Mozé y sus HIJOS Barcelona, organizaron para el la
infausta fecha del 24 de marzo.
A una hora de viaje en tren desde Barcelona, recorriendo la costa
sorprendente del Mediterráneo, uno se encuentra con Blanes, pequeña y
coqueta ciudad playera donde viven Carlos “Chirola” Bischoff, Esthela Salinas y su hijo Enrique, excelente músico metalero. Nos habremos visto una o
dos veces antes, pero el solo hecho de ser sobrevivientes de los 70 ya nos
provee de un piso común de historia, de dolor, de alegrías, sueños y convicciones
que decantan en un afecto intrínseco, vital, de cajón. Los dos almuerzos
compartidos y los recuerdos e ideas desgranadas, desde las interpretaciones de
nuestra experiencia a los nuevos tiempos españoles y argentinos, me llevaron a
pensar que fue muy bueno haber decidido emprender este viaje.
Dominique y París
Luego de estudiar las extremas condiciones meteorológicas y
acobardado por el frío, abandoné la idea de recorrer el norte español y rumbeé
para París. Allí no tenia amigos, pero encontré nuevos afectos. Desde Dominique
mi hotelero particular, hasta los trabajadores en lucha que me transmitieron el
fervor y la enjundia puesta de manifiesto en defensa de sus derechos contra las
políticas neoliberales de Hollande. Ni la lluvia, ni el frío pudieron apagar el
calor de esos reclamos. El espíritu de mayo del 68 flotaba en el aire. Me
caminé la ciudad luz, la admiré desde lo alto de la torre Eiffel, desde
las costas del Sena, desde la bohemia Montmatre y desde los
jardines de la Tullería. Me caminé de noche y de día, les Champs
Elysees desde La Rueda, como la del parque Sarmiento, pero que
funciona, hasta el Arco del Triunfo, me atosigué de arte y japoneses en
el Louvre y descubrí que en la plaza de la Bastilla, no hay bastilla.
Por la noche, en el bulo de Dominique, donde me alojaba, nos juntábamos a picar
o comer y tomar algún buen vinito francés o una cerveza y conversar en su
escaso español, mi olvidado francés del secundario, señas y los traductores
digitales. Fotógrafo profesional, especializado en la arquitectura francesa y a
la sazón propagandista gráfico de la lucha de los trabajadores e indignados
franceses; tuvimos empatía desde el primer momento y por eso se convirtió en
una nueva amistad en la tierra de Astérix.
Gaia, Roberto y Venecia
De París a Venecia, a parar a
la casa de Gaia, con la que empezamos a tener cordiales relaciones epistolares
durante el proceso de contratación del alojamiento. Cuando nos encontramos en
la estación del ferrocarril de Mestre
nos reconocimos inmediatamente. Mi
estancia en su casa no solo fue confortable por las comodidades que me
brindaron sino por el buen trato y la cordialidad que me prodigaron ella y
Roberto su marido, en vacaciones forzosas por una lesión en un pie. (otro con
mala pata). A cada vuelta de mis paseos por las intrincadas callecitas de
Venecia, costeando los canales con sus góndolas y gondoleros (los paseos tenían
precios muy poco románticos e inalcanzables para mi economía), sus innumerables
puentes, relojeando los no muy económicos restaurantes con sus orquestas en la Plaza
de San Marcos, o visitando las muchas y sorprendentes islas, me esperaban
con un vinito casero y conversábamos largo rato, riéndonos con ocurrencias de
ambos bandos que expresábamos en un suficientemente comprensible cocoliche
italo-español. Bellas personas que hicieron mucho más placentero y
reconfortante mi viaje. Nuevos amigos con los que quedamos en volver a vernos.
Quirquincho, Katty y Turín
Dejé atrás la romántica Venecia y luego de pasar fugazmente por
Verona y constatar que los Montescos vencieron a los Capuletos, ya que
solo se hablaba de Julieta y de Romeo ni noticias, (aunque colijo que el chabón
era de otro pueblo) seguí a mi próxima parada en la Ruta de los Afectos. En
Turín me esperaba Miguel “Quirquincho” Acosta, el de la chacarera del
norte, ex Quetral, que yo conocí como “Indio” en la Municipalidad de
Córdoba y que siguió el camino de la música folclórica en esas tierras allende
los mares. ¿veinte años que no lo veía? Tal vez mas o tal vez menos, porque recuerdo
que lo encontré en la muni, junto a Katty Berti, su compañera, en uno de sus
visitas a Córdoba. Tampoco nos conocíamos mucho, pero habíamos compartido cosas
muy fuertes en el campo de la lucha gremial en años duros, además de nuestra
afición por el fútbol. También con él, en estos años de auge de las redes
sociales, nos fue acercando el contacto feisbuquero, la comunidad de ideas, la
lucha y ese breve pero intenso pasado común. Nos juntamos como nos gusta a los
argentinos: en la cocina alrededor del mate y un par de violas. Siguió
una noche mágica en el Ristorante
Argentino de Mónica Thea Galante, cuando nos reunió el folclore junto a su
hijo y eximio violinista Lautaro Acosta, el Cuatro de Córdoba Lionel Pacheco y
Oscar Torres, otro quia que curte
el folclore en esos pagos y donde Katty y yo estábamos para los aplausos. Desde
ese momento, todas fueron atenciones hasta que me fui. La mateada de la matina,
el vinito de la noche y algunos almuerzos donde Miguel exhibía sus dotes
culinarias, acompañaron charlas sobre música, poemas, la política de allá y de
acá, ahora de acá y de allá, los amigos, los viejos compañeros, las luchas, y
los porqués Turín era la ciudad que habían elegido para luchar y para vivir. En las horas de
caminatas, trataba de distinguir, el barroco, el rococó y el art noveau en los
estilos arquitectónicos de la ciudad, que con tanto entusiasmo me había
transmitido Katty y que yo había asimilado poco y nada. Disfruté su ritmo
cansino, la tibieza de los primeros aires primaverales por la costa del Dora y
su encuentro con el Po, (río de Italia, dos letras” que horizontal o
vertical me dio muchas satisfacciones en los crucigramas), su palacio real, la
plaza San Marco con sus recovas. Anduve en la única linea (pero más
antigua de Italia) del subte o metro que
en su trocha angosta en combinación con un viejo tranvía me acercó al estadio
de la Juve, imponente centro comercial futbolero que tiene como telón de fondo,
al igual que toda la ciudad, los imponentes Alpes nevados que, cuando se pone
el sol, devuelven imágenes increíbles. Recorrí ferias y mercados, entre ellos
el más grande de Europa, según el Quirquincho, y subí a la Mole
Antonelliana que compite en términos de ícono y con sus 167 metros, con la
parisina, desde donde se ve todo Turín y que guarda en su interior un completo
y fascinante museo del cine. Con mi pie derecho en cada vez peores condiciones,
al séptimo día me subí al tren, feliz por este encuentro, para proseguir, a 300
kilómetros por hora, esta Ruta de los Afectos ¡Lindo título para un
libro! sugirió Miguel. Por ahora solo un relato.
Silvia, Ana, Nápoles, Pompeya, Trápani, Elche, reencuentro y fin de
viaje
Me esperaba mi hija, para recorrer la pasional y maradoniana
Nápoles y seguir amasijando mi pie derecho por las vías empedradas de la
colosal Pompeya. Trápani, con su mar policromo y transparente, sus islas y la
escondida Erice, fue la antesala de mi ultimo punto de encuentro con mis
afectos: Elche y el primero de los cumpleaños que paso con mi hermana en su
casa. Con ellos soplamos velitas y participamos militantemente en familia en la
concurrida movilización del 1º de mayo bajo el tímido sol de los primeros dias
de primavera.
De ahí, inicié el prolongado y cansador retorno a la Argentina.
Quedan para contar muchas otras impresiones sobre paisajes rurales y
urbanos, personajes, cultura, costumbres, gastronomía, historia y otras yerbas
e invitar a los amigos a ver las mas de 6000 fotos, aunque no creo que tenga
éxito con esta convocatoria.
De todas maneras si me preguntan ¿que tal Europa?, contesto, linda
che, es el lugar donde tengo mucha gente que quiero y que me quiere y que por
eso volvería a hacer la Ruta de los Afectos.
(Gracias Simone, Juli, Pocho y familia, Rafa, Vasco, Jorge Nap, Tito
y Cristina, Chirola, Esthela y Enrique,
Miguel “Quirquincho” Acosta y Katty Berti, y los nuevos amigos, Dominique
Gauthey, Gaia Businello y Roberto. A mi hija y hermana no les agradezco porque
en mi familia la casa de los hijos, padres
y hermanos es la nuestra y su amor un sentimiento ineluctable).
No
puedo dejar de agradecer al Kirchnerismo que en doce años me permitió mejorar
mi salario real y ahorrar para hacer este viaje; no tanto como López, pero algo
es algo.Gingotilo
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Un abrazo fuerte!
Vasco