Acto relámpago


El H2SO4, conocido como ácido sulfúrico, posee un alto poder corrosivo; concentrado es fuerte agente oxidante y puede dar lugar a la ignición (inicio de explosión) al entrar en contacto con materia orgánica y compuestos tales como nitratos, carburos, cloratos, etc. Por su parte el clorato de potasio es una sal formada por potasio, cloro y oxígeno. Al calentar el clorato de potasio, éste deja escapar su oxígeno y éste gas tiene la propiedad de alimentar y favorecer las combustiones (recordemos que el oxígeno es factor importante en la combustión). Unas de las formas en que se comercializa el clorato de potasio es en forma de pastillas para tratar dolores de garganta o disfonías.
Las bombas ("cóctel") molotov pueden ser químicas o hechas con mecha. A mi me gustaba hacer de las primeras: tres partes de nafta ( o dos de aceite quemado y una de nafta) y una de ácido más el sobrecito con clorato de potasio, hecho de papel higienico, que se asegura con una gomita a la botella; al romperse ésta , entra en contacto con el ácido y produce la ignición que enciende el combustible. Con el tiempo me converti en un especialista.
Era todo un arte fabricar las “molos”. Empezaba seleccionando las botellas que debian ser frágiles de tal forma de que se rompieran fácilmente. Yo era un perfeccionista y me tomaba mi tiempo para elegirlas. Comprar el ácido o las pastillas, que si bien eran de libre venta, requería tambien su cuidado ya que era altamente sospechosa la cantidad y la frecuencia con que llevábamos esos productos. Ibamos a farmacias o químicas donde hacían la vista gorda; aunque mas de una vez, el dependiente nos guiñaba un ojo y nos decía cómplice: ¿está brava la tos eh?
En esa época, segunda mitad de 1974, ya muerto Perón, se respiraban aires represivos y la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) habia empezado a sembrar el terror contra todo lo que oliera a izquierda; particularmente en córdoba la situación era dificil. Por esa razón la tarea propagandista de todos los grupos revolucionarios requerian de una concienzuda preparación, con severas medidas de seguridad y muy efectistas para minimizar el riesgo y conseguir impactar en la población. Una de esas formas era el acto relámpago. Se llevaba a cabo con una docena de militantes, un orador que hablaba brevemente , panfletos que se tiraban al aire, el grupo que coreaba consignas y a veces bombas panfletarias o bombas molotov que no tenian el objetivo de destruir sino de llamar la atención. Duraba entre cinco y diez minutos y despues a dispersarse cada uno por su lado. Dábamos por terminada la tarea cuando todos habiamos pasado por el puesto de reten que debía constatar que no hubiera ningun detenido.
Uno de estos actos se llevó a cabo en la esquina de Jujuy y Colón. Yo era el encargado de preparar las molotov y de abrir el acto. Cuando cortara el semáforo tenia que tirar la primera bomba para iniciar todo. Elegí cuatro botellas de tres cuartos de litro; efectué la molienda de las pastillitas de clorato de potasio y armé los sobrecitos; en el patio del departamento que habitábamos comencé el proceso de llenado. Primero el ácido para que no levante temperatura con el roce con el combustible y despues la nafta. Esa vez no le puse aceite quemado. Una vez listas las botellas y bien tapadas, les adheri el sobrecito de clorato y puestas delicadamente en una bolsa de las compras salimos para la esquina, porque ya eran las siete de la tarde y el acto debía empezar puntualmente a la hora señalada.
Llegamos a la esquina con Osvaldo y el Negro. Ya estaba allí Paisa, con la caja de aserrín con nafta, haciendose el boludo. Nos saludamos levantando imperceptiblemente las cejas y constatamos que ya estaban llegando Chato, Chama, Toti, Verónica, Rosa, el Boliviano y varios compañeros más. Cuando vimos que estaban todos, yo esperé con la bolsa, parado sobre el cruce peatonal de la calle Jujuy, listo para tirar el primer "cóctel".
A pesar de que tratábamos de preparar todo lo mas concienzudamente posible, porque de eso podria depender que no cayéramos en cana, no siempre salian las cosas como las habiamos pensado; a veces teniamos que contar con que la suerte jugara a nuestro favor. Esta fue una de esas ocasiones.
El primer incidente ocurrió mientras Paisa estaba esperando con la caja de aserrín embebido en nafta, acomodada al lado de una columna del edificio de la esquina; como si fueran los residuos que todos los dias las casas de comercio dejaban para que las levantara el recolector. El, al lado, silbando bajito y mirando distraidamente hacia adelante. Tan distraidamente que no se percató del carro cartonero que se detuvo, recogió la caja y la cargó. Alcanzó a verlo cuando arrancaba y se abalanzó sobre ella tratando de rescatarla. El hombre del carro a su vez tiraba de la otra punta defendiendo lo que era parte de su producción diaria. El aserrin volaba por los aires y la gente que pasaba entendia que era una pelea de indigentes por el botin callejero. Finalmente nuestro militante consiguó rescatar la caja con una merma considerable de su contenido y como si no hubiera pasado nada, volvió a dejarla en su lugar, se sacudió lo que pudo el aserrin que lo cubría y puso cara de poker, esperando que empezara todo. Resuelta esta cuestión que todos observábamos atónitos y que crispó nuestros nervios, nos pusimos en tensión para iniciar la acción.
Cortó el semáforo. Saqué entonces la primera botella y la levanté como si fuera la estatua de la libertad arrojándola con furia delante del colectivo que estaba parado esperando el paso. La cortina de fuego que instantáneamente se levantó, alimentada por el aserrin que iba echando Paisa, fue un elemento disuasivo para cualquier conductor que hubiera pretendido pasar de prepo. Inmediatamente lancé el resto de las botellas en la avenida Colón, con la misma enjundia; con bronca libertaria, con odio de clase; salpicando fuego y ácido para todos los rincones de la encrucijada callejera.
Hecho esto irrumpimos todos hacia el centro de la calle y empezamos a corear consignas y a distribuir panfletos, mientras Chato subido a los hombros de dos compañeros vomitaba su discurso revolucionario – era un gran agitador – breve, punzante y enérgico; coreamos nuevamente un par de consignas, arrojamos al aire los papeles que nos quedaban y ....a correr. Cada uno por su lado; la consigna era no ir juntos y pasar luego por el retén que hacía un compañero sentado en la mesa de un bar frente a la vidriera.
Paisa salió disparado por la calle jujuy, rumbo a 9 de julio; al doblar la esquina normalizó el paso para confundirse con los transeuntes que circulaban ajenos a lo sucedido a una cuadra de ahi. En ese instante fue cuando vio la primera manchita blanca en las piernas del jean; despues otra y otra; empezó a rascarlas para ver que eran y se le desprendio la parte inferior de las piernas transformando un vaquero nuevito en unas rústicas bermudas.
Por su parte Chama que corrio por jujuy en direccion opuesta, sintió que los mocasines se la abrian como una caja de sorpresas y tenia que seguir descalzo, sin ninguna posibilidad de volver recoger los restos de su calzado.
Otros perdieron la manga de la camisa o sufrieron perforaciones varias en alguna de sus prendas.
Cuando nos empezamos a juntar en un punto bastante mas lejos de donde se habian desarrollado los hechos e hice mi aparición, todos me apuntaban con el dedo. Nadie comentaba el éxito de la acción; yo era el acusado. Mi virulencia para arrojar las bombas, hizo que el acido salpicara a casi todos y terminara acabando con las mejores pilchas de cada uno. Paradójicamente las mías habían quedado intactas.
Fue el acto relámpago mas caro de todos los que hicimos y la experiencia me sirvió para mejorar mi estilo de lanzamiento de bombas incendiarias y a mis compañeros para mantenerse a prudente distancia mia cuando eso hacía.
Gringotilo

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