Diario de la accidentada epopeya de recorrer Sudamérica. De como se frustró y otras desventuras.







CAPÍTULO I

De los preparativos, de como todo empezó mal y de las señales que anunciaban las desventuras posteriores.-

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Yo estaba sin trabajo y para muchos de nosotros, sin profesión, era dificil conseguirlo en plena dictadura. Los militantes que no fuimos desaparecidos, presos o exiliados estábamos escondidos bajo las piedras, a veces con nombres falsos, cambiando frecuentemente el aspecto y exhibiéndonos lo menos posible.
En el momento en que comienza esta historia recién me había casado. Marta, mi compañera, afortunadamente tenia un trabajo decente y yo enseñaba geometria descriptiva para alumnos de Ingenieria Civil. Pero no tenia nada más que uno, así que me sobraba el tiempo para pensar o hacer otra cosa. Otros como yo, estaban tambien desempleados. Uno de ellos vino a proponerme un buen golpe para hacernos fácilmente de abundante dinero. Afortunadamente para mí y para él - que con el tiempo se recibió de abogado - aparecio Juan con su propuesta.
Juan era docente al igual que Elba su mujer. Ambos eran activistas de su gremio y amigos de Marta y compartiamos en términos generales las ideas políticas. Era - y supongo que lo seguirá siendo ya que hace muchos años que solo nos encontramos en las movilizaciones - apasionado, soñador, muy activo y buen tipo, pero tenía tendencia a despegar sus pies de la tierra.

- Compré un auto para que vayamos a recorrer Sudamérica - Nos dijo eufórico un dia.
Lo miramos con sorpresa e incredulidad como lo debieron haber relojeado a Don Cristóforo cuando dijo que podía parar un huevo de punta. Pero poco tardamos en enganchamos en la propuesta y empezar a fantasear juntos. ¿A quien no se le pasó alguna vez por la cabeza?. Yo no tenia obligaciones y Marta como docente tenia el prolongado receso veraniego que compartia con sus amigos. Asi que nos pusimos a planificar el viaje para los meses de verano. Fecha de salida: el lunes 1º de enero de 1979 y el regreso quince dias antes de que comenzaran las clases. Dos meses yirando por la América nuestra y respirando otros aires más respirables, al menos para nosotros.

El 404 modelo 67, que habia comprado Juan - bien barato - no estaba en estado ni para dar una vuelta por el barrio Talleres, donde vivía con Elba y sus hijos de 4 y 2 años, así que lo habia internado en el taller de un mecánico amigo que tenia como consigna dejárselo como para correr la Paris-Dakkar sin calentarse.

Mientras se ponía a punto el vehiculo nos juntamos varias veces entre las fiestas de fin de año para decidir el itinerario. Finalmente acordamos que saldriamos por Mendoza, rumbo a Chile; de Santiago al norte hasta Arica y de alli a Perú, seguiriamos hasta Ecuador y pegariamos la vuelta, para entrar a la Argentina, por Bolivia, sin perdernos el Titicaca y después de haber penetrado territorio brasileño. Apenas unos diez o doce mil kilometros.

Decidido esto y que parariamos en campings porque no nos daba el presupuesto para más, nos pusimos a preparar el equipaje. El lunes 1º de enero, con los efluvios alcohólicos de los brindis del 31 todavia sin disipar, estábamos Marta y yo sentados arriba de las valijas esperando a Juan y flia.

Pasaban las horas y ni noticias de Juan. Por fin ya entrada la tarde llegó para decirnos que el auto no estaba listo y que debíamos posponer el viaje por un par de dias. Así es que tuvimos que desempacar. Las pocas pilchas que teníamos estaban allí. Tuvimos que ir comprar algunos víveres para los dias que no habiamos previsto seguir en Córdoba y nos armamos de paciencia para esperar la orden de largada de Juan prevista para el miércoles siguiente.
Llego el día y junto con él también Juan a decirnos que el auto todavía no estaba y que estaba ayudando al mecánico para apurarlo. Yo no entendía nada de fierros pero me ofrecí tambien a darle una mano. Fue así que me llegué al taller donde estaban poniendo a punto el bólido que intentaría recorrer buena parte de Sudamérica. Entré y me agarré la cabeza cuando vi ese montón de chapas despintadas y desarticuladas que ellos llamaban auto y a su alrededor el movimiento febril del mecánico, de su ayudante y de Juan.
- ¿Que puedo hacer yo? - pregunté con un gesto de no saber hacer nada - y me pusieron a lijar la chapa que después habria que enmasillar y pintar.

Voy a abreviar sobre los diez dias que pasé en ese taller desde la mañana hasta la noche, soportando el bochornoso calor, pesado y humedo, que nos regalaba el verano cordobés y que se potenciaba bajo la chapa del galpón convirtiéndolo en un sofocante baño turco. Allí estuve amasijando mis muñecas y dedos poco hechos a esos menesteres, dándole duro a la lija y aprobando, con un cuatro ajustado, el exámen de aprendiz de peon tallerista. Las mujeres nos alentaban con unos espumosos mates dulces con yuyos - que a mi me daban náuseas -, mientras yo esquivaba como un torero avezado, el acoso al que me sometia la joven hija del mecánico, al que no me hubiera resistido en otras circunstancias.

Por fin los expertos en estas máquinas rodantes dijeron que todo estaba listo. Habia que ajustar algunos detalles y quedaría a punto caramelo para partir. Asi es que dejé la ropa de fajina y volvi a mi dulce hogar - nunca tan dulce - a rehacer el equipaje.

En esos días comenzó a llover torrencialmente en Córdoba, como hacía décadas no lo hacía y no parecía que fuera a parar. Los pronósticos al menos informaban que había para rato y las noticias hablaban de efectos catastróficos. Uno de ellos era el desborde del rio Tercero que ya había cubierto el puente que cruzaba hasta Almafuerte dejando como único paso el precario terraplén de tierra compactada de la obra inconclusa del dique Piedras Moras, para seguir rumbo al Imperio del Sur y de ahi a San Luis.

A pesar de la situación desfavorable, habíamos decidido partir. El dia "D" era el veintidos de enero, veinte dias más tarde de lo previsto. La hora: ocho de la mañana. A esa hora de ese día estábamos Marta y yo con las valijas esperando a Juan, el bólido y su flia. Pero - como rezaban los antecedentes de este auto embrujado - Juan no llegó. Nos habló más tarde para decirnos que al abrir la puerta se le rompió la llave y tuvo que llevar el auto al cerrajero.
A esa altura, el estado de nervios se habia apoderado de nosotros y se empezaba a liberar un instinto asesino que no reconociamos como nuestro pero que se manifestó en varias oportunidades más durante la travesía. Quería descargarme con alguien - no con el pobre Juan que al fin y al cabo era una víctima tambien -. Pensé en el adoquín de mi alumno, que me sacaba de quicio. Me deleitaba imaginándome que lo agarraba de cuello, lo zamarreaba y acababa con esa tortura. Finalmente nos ganó la resignación y decidimos tener paciencia. Ya cuando la noche habia pedido permiso para quedarse, y bajo una cortina de agua, sentimos los bocinazos del 404 que - ¡Por fin! - había podido llegar hasta nuestra casa de Villa Cabrera.

Era una noche terrorífica, mas propia de una película de Boris Karloff, pero nadie dudó en que había que salir. Era ahora o nunca. Subimos todos: Juan, Elba, Marta, los dos chicos y yo. Seis pasajeros más un montón de bolsos y paquetes que acomodamos en los asientos. Deberíamos convivir en ese habitaculo por muchas, muchísimas horas, tantas que llevaron al límite de la exasperación nuestra capacidad de tolerancia.... que finalmente triunfó.
De todos, el único que manejaba era Juan. Yo, como si le hubiera hecho una gambeta a la responsabilidad, aprendi recién al año siguiente. Me acordaba en aquellos momentos de lo que me habia dicho Javier - un compañero de Orientación Socialista - antes de tener que refugiarse en Brasil : "Un militante debe saber manejar. Nunca se sabe cuando las circunstancias lo ponen a uno en la necesidad de tener que irse en un auto".
Ya en Mendoza escribiría en mi diario: " Cuando salimos, el lunes por la noche, no lo pensamos demasiado. Habían sido demasiados dias de espera - casi 20 - que desgastaron los nervios de todos. Que salimos mañana, que salimos el lunes, despues era el viernes y así se nos fue pasando enero. Yo creo que Juan subjetivizó demasiado las posibilidades de tener el auto a punto ( a pesar de que la Elba lo defienda)..."
Arrancó el auto como rezongando y lentamente dejamos atras el nidito de la calle Velez Sarsfield. Todos con los dedos cruzados rogando que no tuviera otro inconveniente mecánico y haciendo esfuerzos por distinguir las sombras y las luces que se nos cruzaban ya que los limpiaparabrisas perdían por goleada ante la lluvia torrencial. Apenas veiamos, pero ya el espíritu aventurero se habia apoderado de nosotros y nadie pensaba en retroceder. Asi empezó la aventura de esta mini Armada Brancaleone lanzada a la conquista de Sudamérica.
Iba a resultar para mí una experiencia invalorable para enfrentarme a algunos de mis límites y explorar recónditos y temidos lugares de una personalidad que estaba en obra y que todavia no lograba escaparse de mis bien entalladas armaduras. Como documento de esas reflexiones quedó mi modesto diario de viaje que ahora saco a luz tal como fue escrito y que sospecho que no tendrá ni por asomo la trascendecia del que escribió el Comandante Che Guevara en Bolivia.
Gringotilo

Comentarios

Steki dijo…
Priiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!!!!
Hola Alberto!
Me alegro muchísimo que hayas vuelto a escribir en tu blog.
Estoy con el cierre de la edición ahora así que te leo mañana.
Pero no quería dejar de darte la bienvenida.
Tengo un amigo blogger Che Guevara que te va a interesar.
Está en mis links.
Éxitos con el regreso!
BACI, STEKI.

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